J. V. Aleixandre
06.04.2013 | 00:52
Fue una despedida cargada de la retórica habitual en estos casos, incluso con toques sentimentales como las lágrimas dedicadas a su mujer, una faceta poco conocida de Manolo Llorente. Su largo discurso estuvo marcado por su característico desaliño dialéctico „que no deja de reflejar un cierto caos mental„ y lo desgranó con la habitual torpeza sintáctica con la que ha venido expresándose desde que llegó al Valencia. Primero, porque no tenía ni noción del terreno que pisaba; luego, porque este territorio del fútbol es muy resbaladizo y nunca terminó de desenvolverse en él con absoluta seguridad. De esta manera tan anodina se despidió ayer de su cargo el presidente del Valencia, rodeado de sus incondicionales más próximos y sin que se divisaran en el horizonte manifestaciones de apoyo, adhesión o desagravio. Si alguien las esperaba, se las tendrá que organizar y cocinar por su cuenta. Espontáneamente, desde luego, no han surgido.
Para justificar su adiós, Llorente no aportó ningún argumento con el que no contara ya hace tres días, cuando se enrocó en el cargo, tal vez en un intento desesperado por ganar tiempo y maniobrar para mantenerse en el poder. De hecho, ahora ha dimitido de presidente, pero sigue de consejero, como si no terminara de fiarse, ni de los que se quedan, ni de los que llegan. Seguramente, no le falten razones para ello.
Se va Llorente tras una trayectoria gris: ha frenado la caída financiera del VCF; eso sí, a base de adelgazar la plantilla con los traspasos de sus mejores futbolistas. Pero no ha resuelto el problema de fondo más grave: el de las dos parcelas. Por contra, esta necesaria des capitalización de activos no ha venido aparejada con una planificación deportiva coherente, con una de limitación racional de objetivos y con una adecuada política social de recuperación de aficionados. Al contrario: Mestalla ha ido perdiendo afiliados tras desafortunadas campañas de renovación de abonos y venta de entradas. El desánimo ha cundido porque, deportivamente, el VCF navega sin rumbo. Llorente puede sentirse satisfecho de su trabajo, como afirmó ayer: le ha dedicado muchísimas horas al club. Pero el fruto de esa gestión no ha sido, ni mucho menos, tan brillante como él presume y pregonan sus agradecidos adláteres.
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