Los recortes en el futuro estadio de Cortes Valencianas contrastan con los proyectos por todo lo alto presentados en 2005
JOSÉ MOLINS | VALENCIA.-
El futuro Mestalla sigue siendo el principal caballo de batalla del Valencia, la gran preocupación de los dirigentes desde que en febrero de 2009 se paralizaron las obras. Retomar su construcción y convertir esa inmensa mole de hormigón en uno de los recintos deportivos punteros de Europa requiere 100 millones de euros. Es la cifra que esta semana dio su arquitecto, Mark Fenwick, al presentar los recortes que se deben llevar a cabo para finalizar el estadio. El presidente, Amadeo Salvo, se ha marcado como gran objetivo encontrar alguien que aporte financiación para construirlo y dar vida por fin a la nueva casa del valencianismo.
Pero ese hogar tiene una cara novedosa, más económica y racionalizada, acorde con los duros tiempos que impiden dispendios faraónicos como los que pretendía Juan Soler. La crisis atropelló al expresidente en su gran proyecto y se quedó a medias, asfixiando al club con un enorme déficit. Ahora se ha apostado por reducir gastos en todo aquello que no sea imprescindible.
El exceso de aforo es uno de esos puntos, pasando de los 75.000 iniciales a los 61.500 actuales, con más espacio entre butacas. También disminuye la cubierta hasta lo mínimo que exige la normativa para que mantenga su condición de cinco estrellas. Los seguidores sentados en las primeras filas se mojarán si llueve. Eso implica un gran ahorro en acero y simplificar los costes, ya que no habrá subestructuras que encarezcan el producto. Asimismo, el vidrio que expuso Manuel Llorente con el plan Newcoval para la cubierta queda en el olvido. Y ese inmenso aparcamiento que se proyectó va a quedar adelgazado, al menos por ahora, hasta las 240 plazas.
Pero no siempre se ha pensado en la funcionalidad y en limitar los costes para el estadio de la Avenida de las Cortes Valencianas. De hecho, su concepción inicial fue de un proyecto a lo grande, líder mundial y referente arquitectónico. Así lo impulsó Soler en los años que la burbuja inmobiliaria estaba más grande que nunca. El constructor promovió un concurso de bocetos en 2005 para elegir el estadio definitivo, pero las seis propuestas le parecieron poca cosa y declaró el proceso desierto. Se gastó más de un millón de euros para comprar la propiedad intelectual del proyecto expuesto por Arena y encargó al prestigioso Fenwick, en colaboración con los arquitectos Alejandro Escribano y José Luis Martínez Morales, quienes habían hecho de jurado en ese inusual y singular concurso de bocetos, que lo rehiciera como el presidente quería.
Y en el camino se quedaron proyectos llamativos y novedosos. Desde un estadio con forma de murciélago a otro inspirado en gajos de naranja valenciana, pasando por un césped retráctil o una fachada que proyectaba vídeos. El hotel Alameda Palace fue testigo de la presentación a todo lujo de las seis maquetas que optaban a construir el nuevo estadio. IMG-Hok, Arena, Llanera, FCC-Peiró, Peñín-OHL y SEEAC enseñaron al mundo sus trabajos con la ilusión de construir un estadio que se iba a convertir en una referencia. Pero ninguno esperaba que Soler rompiera con todo y que ese certamen no tuviera sentido.
Los requisitos imprescindibles eran que cada proyecto debía tener junto al estadio un centro comercial que sirviera para autofinanciar la obra y había que presentar una oferta de años de explotación. Debía contar con un gran parking y transformarse en una pista de atletismo. Soler y Vicente Soriano fueron los que tomaron todas las decisiones. Cuando vieron cómo quedaban todas las maquetas, consideraron que el propio centro comercial ocupaba la mitad de la parcela y tapaba la visión del estadio, que quedaba oculto detrás.
Se dieron cuenta de que las reglas provocaban un resultado inviable y el exdirigente las cambió. Ya no hacía falta ese centro comercial tan grande. «Se desechó y se pasó a la gestión directa del club», recuerda Juan Armiñana, directivo de la época. Lo que dejaba sin sentido las maquetas expuestas.
Quizá la más llamativa y novedosa era la de IMG, con forma de murciélago, una se las señas de identidad por excelencia de la ciudad y del club. La idea surgió de la forma más curiosa. «Lo diseñó el arquitecto que había hecho el nuevo Wembley. Vicente Soriano nos transmitió que querían algo emblemático y el arquitecto, en la reunión que tuvieron, dibujó en una servilleta esa forma, y cuando volvió a Londres plasmó la idea», recuerda Jordi Sallés, director financiero de IMG. «Debía ser algo que no tuvieran otros, y a la mayoría de gente le encantó el proyecto que presentamos», asegura.
Ese estadio iba a costar unos 350 millones de euros y tendría capacidad para 72.000 espectadores. «Habíamos hecho Wembley, éramos especialistas en estadios y nos hacía ilusión construir el nuevo Mestalla. Pero el problema era cómo se iba a explotar la zona comercial, porque los números no salían. El estadio vale una fortuna y no se podía cubrir sólo con esa zona», señala. Por ahí aparecieron unas grietas insalvables con todas las empresas que se presentaron al concurso.
También Llanera fue una de las favoritas hasta el final. Su condición de empresa valenciana sumaba muchos puntos. El estadio era de los más caros, ya que además incorporaba 4.000 plazas de parking. Estaba dotado de una cubierta traslúcida de cristal con placas solares fotovoltaicas que se iluminaban de noche y contaban con la ayuda de dos potentes empresas alemanas. «El estadio era blanco por fuera, accesible y transparente, no era singular ni diferente. Esa cubierta y los dos anillos de palcos que recorrían el campo eran nuestras señas de identidad», comenta Juan Pellicer, portavoz de la ya desaparecida Llanera. «Había mucha participación del socio, que podía decidir qué tipo de butacas se pondrían», apunta.
El proyecto incluía una torre de oficinas, «pero no estaba claro si se iba a poder construir. La explotaría Llanera junto con la zona comercial del estadio y las placas solares durante 75 años», indica. Además, el club se quedaba con un anillo de palcos y la empresa con el otro. Estas ideas gustaron mucho al Valencia, que incluso deslizó a los responsables de Llanera que iban a ser los ganadores. La empresa hasta llevó a cabo una campaña publicitaria que tuvo que retirar cuando el propio Soler les llamó para comunicar que finalmente el club iba a hacer el estadio de otra forma. «Fue una llamada tensa, hubo un enfado grande», recuerda Pellicer.
Pero no fue el único proyecto valenciano. También el despacho de arquitectos Peiró, junto con FCC, realizó una maqueta muy original. «Hicimos el estadio inspirado en una naranja con sus gajos, estaba cubierto totalmente y se podía descubrir si hacía calor o para que entrara la luz», destaca Juan José Peiró, autor de la obra. Además, tenía un complejo sistema para pasar del campo de fútbol a la pista de atletismo, con una plataforma que se elevaba en una primera planta para ello y hasta en una segunda planta para ser un polideportivo. «Si ahora planean un campo cinco estrellas, el nuestro era de diez», asegura Peiró.
Pero el proyecto, que pronto fue descartado, tenía una importante diferencia. «No pusimos centro comercial porque vimos que no era rentable, aunque sí había un edificio de 20 plantas para hoteles, restaurantes y viviendas. Y hacer un parking tan grande nos parecía una burrada, se iban a colapsar en la salida». Aunque a Soler no le gustó esta idea, el tiempo le ha dado la razón en ese sentido al arquitecto valenciano, que tiende la mano al club. «Tenemos ideas y soluciones rentables para hacerlas ahora, podríamos ayudar», apunta.
Una decisión sorprendente
Aunque el concurso fue declarado desierto, Arena resultó ganadora. «El Valencia nos compró el proyecto y siguió su camino, pensaban que el mejor inversor eran ellos mismos, pero la realidad es que el campo está como está ahora», indica Toni Navarro, representante de Arena. «Con nuestro proyecto el campo se autopagaba en 18-20 años, tenía 140 actividades paralelas, el club se quedaba con la explotación de eso y del centro comercial, la única función era rentabilizar el estadio», señala. «Fue sorprendente que nos compraran la propiedad intelectual, un caso casi único, consideraban que les servía como base para hacer lo que querían, pero esto no se trata sólo de dibujar, llevaba un proyecto rentable detrás», dice Navarro. Arena fue la única que presentó tres proyectos distintos, aunque sólo variaba la cubierta. El principal tenía elementos transparentes, en los otros había variaciones e incluso se cerraba el techo completamente.
Novedoso también fue el de OHL-Peñín. «Planteamos un edificio que naciera de la ciudad, urbano. Tenía una fachada mágica y detrás estaba el estadio. Con los leds se podían comunicar los goles, proyectar vídeos o imágenes publicitarias, era una entrada a la ciudad muy llamativa», asegura Alberto Peñín Llobell, arquitecto y actual patrono de la Fundación del Valencia. «Quisimos que hubiera un tren lanzadera que conectara con la pista de Ademuz, incidimos en la integración de la ciudad», comenta. Tenía también una zona comercial inspirada en la galería Vittorio Emmanuelle. Y el sexto proyecto, SEEAC, destacaba por su especial forma geométrica con cubierta transparente, con unas gradas retráctiles en el primer anillo y una zona comercial bajo las gradas. Pero no presentó financiación, por lo que fue descartado enseguida.