AL PRINCIPIO DE LA SEMANA
No quería Djukic que se repitiera lo sucedido contra el Espanyol. Pues bien, por muchas advertencias y conjuras dentro y fuera del campo que hubiesen, se ha repetido. Sólo han pasado cuatro jornadas de Liga, pero la pregunta del “¿y ahora qué?” que se formulaba anoche en todos los foros valencianistas encierra un punto de ansiedad y desesperación peligrosos.
Si en Cornellá el valencianismo acuñó el término “vergüenza”, anoche en Sevilla sumó dos nuevas palabras a su diccionario: "decepción" y "preocupación". Se esperaba que la cita contra el Betis fuera el punto de partida para la remontada del equipo tras un inicio de temporada dubitativo. Lejos de conseguirlo, la derrota contra los verdiblancos sirve para sumir al equipo y a su afición en un abismo de interrogantes que amenazan con torpedear el proyecto a las primeras de cambio.
Entiendo, a mí me pasa, que la gente se acostara ayer decepcionada. Más bien, desilusionada porque el equipo no levanta cabeza, porque el técnico no da con la clave para hacer funcionar al conjunto y molesta porque, por mucha mano dura que haya mostrado Djukic en la sala de prensa, los jugadores siguen deambulando por el campo como si la guerra no fuera con ellos.
La tan manida ‘falta de intensidad’ (o de actitud, diga lo que diga el entrenador) hace que el Valencia pierda balones a gogó; que los rivales con muy poco te hagan gol, que las ayudas en defensa lleguen tarde y que las ocasiones en ataque brillen por su ausencia. Y así es muy difícil.
Pero a la desilusión o decepción ahora viene acompañada de una incipiente preocupación. Pasan las semanas, los discursos, Djukic pone sobre el campo al teórico mejor once posible, hace cambios de sistema sobre la marcha y nada cambia. Salvo el discurso del entrenador, que se ha moderado -imagino que buscando la complicidad de sus futbolistas-, todo sigue igual y no se vislumbra en el horizonte una mejoría en el juego o en los resultados. Desconozco cuál es la solución, pero con la temporada iniciada, no tengo ninguna duda de que está entre las cuatro paredes del vestuario.
Así que, desde fuera, aspiraremos fuerte, combatiremos nuestra ansiedad, ocultaremos nuestra preocupación y confiaremos en que llegue el momento en el que Djukic logre imprimir a su equipo el carácter y la calidad que él ha demostrado tener como futbolista y como entrenador en su etapa en Valladolid. No nos queda otra.