Iba a titular este artículo Los Viernes, milagro, parodiando el título de la obra maestra del genio Berlanga, pero luego he pensado que aquél era un falso milagro, una patraña para incautos, y este un milagro real, muy real, tanto que, si no lo hace nadie antes, voy a llamar yo mismo al Vaticano para que manden sus investigadores y comience el proceso para reconocerlo y subir a los altares a los santos que lo han obrado.
Y es que la venta del VCF a Peter Lim es un milagro increíble, inverosímil, sobrenatural, algo mágico de tan improbable. Si hace escasamente un año parecía imposible que comprara el VCF alguien con verdadero poderío económico y planes de futuro para el club, durante los últimos meses, desde que la FVCF anunció que el elegido era Lim, cada día que pasaba, cada rumor que corría como la espuma, cada traba que ponía Bankia, estuve seguro que Lim saldría corriendo, huyendo de esta casa de locos, de este club maldito al que tantos depredadores habían clavado sus zarpas como hienas. Cada día me asaltaba el mismo temor, Lim se larga, es normal, esto es insoportable para alguien serio, yo me habría largado hace mucho... Pero no, Lim aguantó, aguantó, aguantó... Aguantó que desde demasiados frentes se le tratara como a un don nadie, como a un caradura que venía a colocar jugadores, el chino ese que hizo su oferta en un folio y venía sin plan de ningún tipo. Aguantó los desplantes de Bankia, que ya tenía diseñado su expolio al VCF y se empeñó en espantarlo como fuera. Aguantó al descubrir el merder de club que dejaron los de la Gran Gestión. Aguantó lo indecible, lo increíble, un proceso eterno y farragosísimo, con mil trampas y muchos indeseables poniendo zancadillas. Y al fin, contra viento y marea, ha acabado comprando el VCF, algo tan asombroso que aun me cuesta creer. Y aunque su oferta inicial haya quedado condicionado por la avaricia de Bankia, lo ha hecho pagando muchísimo dinero, dinero real por unas acciones que decían que no valían nada, y avalando con su patrimonio la ingente deuda del club. Señores, si esto no es un milagro, venga Dios y véalo.
Además es un milagro coral, como las películas de Berlanga, obrado por varios santos. El santo más milagroso es el propio Peter Lim, sin duda. Aunque no me cabe duda que un tipo así, podrido de dinero y éxito, viene a trascender y hacer otro gran negocio, ha porfiado de manera tan increíble hasta conseguir su propósito, con la oposición de tantos tan acostumbrados a hacer lo que les daba la gana, que no cabe más que maravillarse y hasta hacerle una genuflexión. Otro santo es Amadeo Salvo, un tipo que quizá sea mentiroso y populista, vale, pero no buscaba sólo su beneficio propio como proclaman sus haters, un gladiador que propició el término cartulinero cuando supo forzar a Bankia y demás actores de esta farsa a pasar por el aro, un estratega brillante que ha dado un sopapo en la cara a todos los que se pusieron en su contra, y, hoy estoy del todo convencido, en contra del propio VCF. Un presidente milagro que apareció en el momento justo y necesario, relevando a un individuo que se habrá arrepentido un millón de veces por su arranque de dignidad al dimitir, de lo poco que podemos agradecer a semejante personaje oscuro. Y el otro santo es Aurelio Martínez, que supo asumir su papel de valencianista de corazón por encima de mil presiones que le demandaban ser un sumiso corderito, e hizo lo que creyó mejor para el VCF, solo lo mejor para el VCF. Y habrá más santos que han intercedido para que se produzca este increíble milagro, pero esos tres son los principales. Y merecen su nimbo, su imaginería y su palio, y que el Vaticano les haga una ceremonia multitudinaria en Mestalla para subirlos a los altares en loor de multitudes valencianistas.
Lo merecen sin duda, porque el advenimiento de Peter Lim es un incuestionable milagro, el milagro de la vida para el VCF, que quizá no ha resucitado pero sí ha vuelto a nacer. Un VCF lastimosamente abocado a malvivir en la mediocridad, despojado de su grandeza y en la indigencia económica, puede ahora, gracias a la intercesión Lim, Salvo y Aurelio, encarar el futuro con esperanza, ambición y tranquilidad, peleando con los mejores, pese a quien pese, como debe ser ¡Aleluya!