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Martes 24 de mayo | Entrenamiento a las 11h en Paterna. Primeros 15 mins abiertos a los mmcc. Miércoles 25 de mayo | Entrenamiento a las 11h en Paterna. Primeros 15 mins abiertos a los mmcc. Jueves 26 de mayo | Entrenamiento a las 11h en Paterna. Primeros 15 mins abiertos a los mmcc.

ORGULLO

ORGULLO

viernes, 26 de febrero de 2010

Valencia Brujas.

rueda de prensa

Unai Emery ha agradecido públicamente el gran esfuerzo de la afición en un partido donde se volcó con el equipo para ver la victoria de su equipo. "La afición es muy importante y con una afición volcada con su equipo los jugadores, aunque estén cansados, no quieren dejar de jugar y eso es mérito de ellos. Al nivel que han estado hoy o el día del Getafe el equipo tiene un plus y eso se ve en el terreno de juego. Hacía tiempo que no vivíamos este ambiente y hoy han estado mucho más por encima de lo que podíamos imaginar".

Sobre el once revolucionario que salió de inico, el de Hondarribia ha dicho que "el partido siempre requiere dar lo máximo posible pero también de lo que el contrario te pueda ofrecer. Queríamos llegar por bandas y por eso queríamos tener a Miguel y Pablo por los carriles para llegar al final con Nikola arriba. Luego no hemos querido correr riesgos con la tarjeta de Baraja y por el requerimiento del partido hemos vuelto con cuatro atrás". En lo que no se ha querido mojar Emery es en la elección de César por delante de Moyà y se ha limitado a decir que está "seguro" de que si hubiese jugado el mallorquín "hubiera hecho un gran partido también".

Mirando hacia el futuro Emery ha vuelto a destacar que el objetivo es ganar la Euroliga y sólo contemplan ese objetivo. "Nosotros teníamos tres objetivos, en la Copa estamos fuera y en la Euroliga queremos llegar a la final, y la final se juega para ganarla. Todo lo que no sea llegar a eso será no haber cumplido el objetivo que nos marcamos. Vamos a intentar mantenernos firmes para llegar lo más lejos posible".

se logro con sufrimiento el pase a octavos

El Valencia está en octavos de final de la Europa League. Sufrió más de lo previsto para conseguirlo. En la prórroga, gracias a un gol de Pablo, que repitió con el tercero para redondear la fiesta. Lo mereció, sin duda, por ser superior al Brujas. Como habían solicitado en el transcurso de la semana técnico y jugadores valencianistas, el primer gol lo marcó la afición. Mata empujó el cuero a la red tras el servicio de Miguel en posición de extremo izquierdo, para delirio de unos aficionados de Champions, que no hicieron oídos sordos a la llamada de su equipo. Mestalla registró el ambiente de las grandes ocasiones, consciente de los problemas de un Valencia acuciado por las bajas. El rival no era de primer nivel, pero había que estar ahí. Apoyando, empujando y, al tiempo, minando la moral de un Brujas que no mostró la agresividad de la que hizo gala en tierras belgas.

Nadie censuró la ausencia de Moyá. Ni la sorprendente alineación de Emery, dando un vuelco al dibujo habitual. Albelda atrás junto a Marchena y Dealbert para configurar una zaga con tres centrales. Por delante, una poblada medular, con Banega y Baraja como doble eje; Pablo en la banda derecha y ¡Miguel en la izquierda! Como tripleta ofensiva, Mata, Zigic y Villa. Así arrancó el choque. Y lo hizo de la mejor manera posible. De la forma soñada. En el primer minuto, eliminatoria igualada.

El gol y el público dieron alas a un Valencia crecido, ambicioso, avasallador, que se fue en busca de su rival con toda la fe y las ganas posibles. En ocasiones, excesivamente revolucionado, lo cual le impidió ver con la necesaria claridad algunas acciones ofensivas de las que pudo obtener un mayor provecho. Con Banega y Baraja, el balón se jugó con criterio, se dio sentido al fútbol de ataque, pero el equipo adoleció de falta de más aperturas a las bandas para asistir al gigantón Zigic, que pasó muchos minutos perdido entre la retaguardia del Brujas.

La permuta de posiciones entre Pablo y Miguel, entre Mata y Villa, no aportaban las soluciones buscadas por Emery. A pesar de ello, hubo ocasiones para aumentar la cuenta antes del descanso, pero no hubo forma. Y no sólo eso. La poblada medular valencianista acusó por momentos cierta falta de entendimiento que aprovecharon los belgas para estirarse en busca de César, aunque nunca llegaron a inquietarlo en exceso. La movilidad de Sonck, metido entre líneas, hizo daño. Y el Valencia perdió la compostura.

Dos acciones provocaron reacción en la grada. Un error de Albelda a la media hora, felizmente sin consecuencias, y un más que posible penalti a Villa -minuto 34- que, sorprendentemente, Bo Larsen, el experimentado árbitro danés, saldó con una amonestación al asturiano en su afán por contentar a unos y a otros.

En el intermedio Emery decidió que su equipo volviera a la normalidad, al esquema habitual, más acorde a lo que se necesitaba. Entró Alexis en el lateral zurdo, Miguel se quedó en la derecha y, junto a Marchena y Dealbert, se configuró la defensa. Pablo y Mata en las bandas, con Albelda y Banega en el centro. Villa y Zigic arriba, hasta que Joaquín entró por el serbio y Pablo se fue a la izquierda.

El Valencia más natural funcionó. Pero se encontró con la misma falta de puntería que en el periodo precedente. Y cuando no, con el meta del Brujas, al que se le amontonó la faena. Mata y Pablo le obligaron a intervenir en una doble acción que debió acabar en gol. Y Villa acabó siendo un martillo pilón. Lo bombardeó hasta en tres ocasiones, encontrando respuesta en Stijnen que, todo vestidito de amarillo, demostró no ser supersticioso.

El esfuerzo físico pasó factura a los de Emery. El Brujas, más fresco, se estiró y primero Perisic y luego Sonck, ya en el tramo final, hicieron lucirse a César. De ahí, sin más, a la prórroga.

Y en el tiempo adicional, el delirio. Pablo asumió el protagonismo que le había faltado en partidos anteriores, en los que había demostrado no estar al mejor nivel después de recuperarse de la lesión que le apartó del equipo. Primero lanzó un zapatazo al que el portero visitante respondió con otra buena intervención. Calentó el pie y un minuto después, golazo y explosión de júbilo. Banega le mandó el cuero, el castellonense controló, se apoyó con fortuna en un rival y, viendo al guardameta algo desplazado a la izquierda, le pegó al balón con todo el alma al lado opuesto.

La remontada estaba conseguida y la sensación que ofrecía el Valencia era que tampoco peligraba la eliminatoria. El público rugió como nunca para equilibrar la falta de fuerzas. El Brujas, en lugar de buscar la heróica, se encogió, le pudo la presión, la grada y el rival. Mata y Joaquín pudieron marcar, pero el destino reservaba su gran noche a Pablo, que se gustó en el tercero, segundo de su cuenta. Espera el Werder Bremen.

la otra cara de la victoria

No existe mejor medicina que la victoria. Cura la mayoría de las heridas y enfermedades. Casi todas. Pero no pudo con la inmensa pena que azota a Moyá, el único blanquinegro derrotado en la noche mágica de Mestalla. La cara es el espejo del alma. Y quien todavía no lo acepte, que recuerde los prolegómenos del encuentro de ayer. El rostro de Moyá no sólo recitaba un poema. Hablaba en prosa. El balear, por mucho que se esforzase, no podía ocultar su decepción. El guardameta se dejó ver muy poco, pero cuando los equipos saltaron a calentar tuvo que aparecer con el resto de sus compañeros.

Miguel Ángel Moyá está triste. El portero ha dicho esta semana que si no jugaba ayer, tampoco se lo iba a tomar como una derrota definitiva. Pero sí ha perdido la batalla. La de la presente temporada. Unai demostró que confía en César pero no en el guardameta cuyo fichaje pidió expresamente este verano. Y eso le duele a cualquiera.

Desde luego, el arquero mallorquín está viviendo momentos duros. Puede que los peores de su carrera. Debe levantarse. Tiene 25 años y, por mucho que esté viviendo su segunda juventud, César debe darle la alternativa tarde o temprano. Otra cosa es que Moyá sea psicológicamente tan fuerte como afirman desde el Mallorca y según ha querido escenificar él esta semana. Por lo pronto, anoche se dejo ver lo menos posible. Hace una semana, cuando encajó el gol en Brujas, el futbolista lloró en el vestuario. Ayer tampoco hubiese sido extraño que se le escapase alguna lágrima.

La otra cara de la moneda fue el '1' del Valencia. César Sánchez fue un mero espectador la mayor parte del choque. El portero quiso permanecer lo inadvertido que le permitía su camiseta naranja fluorescente. Porque en la primera parte, el Brujas asumió el papel de oveja llevada al matadero. Los belgas sólo crearon algo de peligro en un par de faltas lejanas. El único mérito del extremeño, colocar una barrera que sirvió como elemento disuasorio. Los lanzamientos visitantes se marcharon a la grada.

César aguantó como pudo... el frío... y la incomodidad del buen tipo que sabe que ese no era su partido. Seguro que se le pasó por la cabeza que en el banquillo había un amigo que lo estaba pasando mal. El arquero blanquinegro quiso evadirse y lo hizo como pudo. El guardameta se asentó en la frontal del área. Adelantado para cortar algún balón en profundidad y ver lo más cerca posible el juego ofensivo de sus compañeros. Dio palmadas y se frotó las manos. Por nervios y para calentarlas... por si las necesitaba.

El guión cambió en la segunda parte. El Brujas se estiró y César, por primera vez en mucho tiempo, mostró algún destello de inseguridad. ¿Vería el rostro cariacontecido de Moyá al descanso? ¿Le afectaría? Estas preguntas quedarán en el aire, pero el portero tuvo algún gesto impropio en él desde que se hizo con la titularidad en Liga. Un centro a la frontal del área pequeña que el meta se comió pero no halló rematador. Un saque del extremeño en el que puso en un compromiso a Banega, aunque el argentino la aguantó y la sacó con un detalle de calidad.

El fútbol es cuestión de pequeños detalles. Un gol en cualquiera de esas dos acciones habría alimentado la polémica de los porteros. Como el maldito bote que le costó la suplencia anoche a Moyá. Pero la diosa fortuna estuvo con César.

Aparte de estas dos acciones, el extremeño mostró su nivel. Sólido. Tranquilo. Concentrado. Preparado para intervenir cuando fuese necesario. Como la acción en la que se mostró veloz para salir a los pies de Sonck. O para sacarse de la chistera un paradón a chut de Perisic que posiblemente iba fuera.

Cuando el partido se estabilizó y el Valencia recuperó el control perdido tras el descanso, César volvió a su rol de la primera parte. El del espectador de lujo. Serio y concentrado. Eso sí, con el 3-0 ya no se reprimió. Dio rienda suelta a la euforia y lo celebró con los aficionados. Ya había pasado el momento mágico. El de la buena sintonía entre dos compañeros y rivales por un puesto. Cuando el árbitro pitó el final, los once que estaban en el campo tuvieron su momento de descanso. Moyá saltó por primera vez al césped de Mestalla para estirar a Miguel. Luego dialogó con Banega. Y después se produjo el instante más emocionante de todo el encuentro.

El balear buscó a César. Ambos porteros chocaron sus manos y dialogaron durante 20 segundos. Luego se abrazaron. El gesto pasó inadvertido para muchos pero es el vivo ejemplo de la buena relación entre los dos porteros pese a las competencias. Por cierto, para enmarcar el partidazo de Stijnen, el arquero belga. Ojalá Moyá tenga muchas actuaciones similares con la camiseta del Valencia. Se lo merece por cómo amortiguó su tristeza en una noche de felicidad blanquinegra.