«Esta Fundación ha tenido una misión financiera, nada que ver con la idea original», dice Carlos Pascual, uno de sus ex presidentes Nació con una finalidad social pero ha terminado convertida en máximo accionista y dejando un agujero de 86 millones al Consell
MOISÉS RODRÍGUEZ mrodriguez@lasprovincias.es | VALENCIA..-
Nació como «entidad sin ánimo de lucro dirigida a desarrollar proyectos deportivos, sociales y culturales en aras del bien común». Era la razón de ser de la Fundación Valencia CF. Sin embargo, este organismo abandonó el camino marcado el día en que asumió la condición de máximo accionista del club de Mestalla, al amparo de un crédito de 75 millones avalado por la Generalitat. Fue el inicio de una etapa que nada tiene que ver con lo que soñaron sus impulsores en 1996 y que ha desembocado en sonado fracaso, para desgracia del Valencia y de las instituciones públicas embarcadas en la aventura.
La Fundación nació para velar por que el club no dejase de pertenecer a la sociedad valenciana y 17 años después se halla malherida. Usada como vehículo fiduciario, un mero instrumento para evitar que el Valencia cayese en manos de Dalport, el fracaso de ese plan deja al club a expensas de lo que decida Bankia y obligará a la Generalitat a desembolsar 86 millones con los que no cuenta, salvo que alcance un pacto que limite el daño económico a los 4,8 correspondientes a los intereses de 2012.
Los padres de la Fundación, los tres expresidentes que ha tenido a lo largo de su historia, observan desde lejos con melancolía. Coinciden en que este organismo se creó para acercar el club de fútbol a la sociedad. Y en cierto modo este objetivo ha sido también el motivo de sus dos grandes fracasos en otras tantas guerras por el poder accionarial.
El fin amable de la Fundación siempre ha ido unido a la gestión de la cantera, los partidos benéficos o los estudios técnicos sobre la incidencia del balompié en la sociedad. Pero detrás de ello el patronato nace de un caldo de cultivo convulso: de las personas que a principio de los 90 se oponían a que un club de fútbol se convirtiese en empresa con la creación de las sociedades anónimas deportivas.
La entonces nueva Ley del Deporte perseguía una solución que dos décadas después no ha conseguido: reducir la monstruosa deuda de los clubes de fútbol. Con la obligación de que los equipos que compitiesen en categoría profesional se convirtieran en sociedades anónimas, se buscaba hacer a los consejeros responsables de su gestión, como en toda empresa. Esto en la práctica no se ha aplicado.
Hubo un movimiento potente desde Cataluña y el País Vasco para evitar que Barcelona y Athletic se convirtieran en sociedades anónimas. Finalmente el Gobierno accedió a que continuasen como clubes aquellos que durante los tres ejercicios anteriores a la aprobación de la ley hubiesen cerrado la temporada con beneficios. Fue una vía por la que penetraron Real Madrid y Osasuna, y que no encajó por muy poco en el caso del Valencia.
El club de Mestalla aún estaba entonces recuperándose del descenso a Segunda de 1985. La directiva de Arturo Tuzón luchaba por eliminar un enorme déficit económico que llevó, por ejemplo, a un hotel de La Coruña a exigir el pago en metálico antes de alojar al equipo. Aquel consejo pidió el respaldo a diputados y senadores valencianos para que consiguieran la moratoria que evitase la conversión en sociedad anónima.
Ante el fracaso de esta vía, en parte motivado por la laxitud de los políticos valencianos en Madrid, empezó a urdirse la idea de la Fundación. Juan Martín Queralt, consejero con Tuzón, contactó con personas e instituciones representativas, como la Autoridad Portuaria, la Bolsa o la Federación de Bandas Musicales. Su idea se convirtió en realidad el 17 de abril de 1996, con un patronato muy reducido y un solo representante del Valencia. Vicente Montesinos cedió un despacho en la calle Moratín para que se llevaran a cabo las reuniones.
Uno de los patronos de aquella primera versión de la Fundación fue Francisco Álvarez en representación de la Bolsa, donde trabajaba como director general. «Nos llamaron a varias instituciones. El objetivo era evitar que una gran fortuna privada se hiciera con el club, que no pasase de una mano a otra».
Este era el fin de Martín Queralt, reputado abogado, valencianista desde niño, quien entiende que el club es nexo de toda la sociedad. El Valencia estaba entonces presidido por Paco Roig y en aquel clima se desencadenó la primera de las muchas batallas accionariales que se han producido en estas dos décadas. La relación entre el patronato y el club era en principio cordial.
Las hostilidades se desataron cuando la Fundación presentó una demanda en 1997 contra el consejo por vulnerar el espíritu de la ampliación de capital, después de la cual Roig multiplicó su cuota de participación en el Valencia. El patronato consideraba que el presidente estaba comprando de forma masiva acciones a través de una red de testaferros y formuló una denuncia que ganó en primera instancia, pero que perdió en la Audiencia Provincial y el Supremo. La Fundación se quedó con un pequeño paquete de acciones, casi anecdótico, que ha perdurado en su poder hasta unirlo al 70% adquirido en 2009. Hubo donaciones de títulos, y otras fuentes aseguran que se buscaron fondos para tratar de lograr un porcentaje importante de la propiedad del Valencia a través del patronato. Tras la sentencia, y al considerar que la institución no iba a tener el papel por el que la impulsó, Martín Queralt dimitió.
Arrancó entonces una etapa prácticamente de latencia hasta marzo de 2006. Se habla de 'refundación', pero realmente Carlos Pascual accedió a la presidencia de la institución creada en 1996. «Aquello fue una especie de renacimiento. Se vivía una euforia porque el equipo estaba al 110% y coincidió con una etapa débil de Madrid y Barça. Yo dije que no era sostenible, pero con el poder sociológico que tiene este club se quiso hacer actividades paralelas en un momento de éxitos deportivos», dice el notario, que impulsó una reforma estatutaria.
Fue entonces cuando se distinguió entre patronos institucionales, designados por el Valencia y de libre designación. «Recuerdo el acto en que se constituyó el patronato, en el palacio de la Exposición. Todos entramos a través de una portería y se hizo una foto con treinta y tantas personas. Nunca he visto a gente de derechas y de izquierdas tan unida en torno a una idea común». Para la historia queda la imagen de Esteban González Pons colgándose del larguero de aquella portería. Todo era esperanza.
Al acto acudió el entonces presidente del Valencia, Juan Soler. Aunque la idea era recuperar los objetivos originarios de la Fundación, con el paso de los meses nació un clima de desconfianza entre club y patronato. Además, Carlos Pascual dimitió para evitar suspicacias cuando el club impulsó su nuevo estadio: estaba relacionado con una promoción inmobiliaria en Vilamarxant de Llanera, una de las empresas que pujaron por construir el coliseo.
Fue este precisamente el embrión de la segunda gran batalla accionarial que ha librado la Fundación y que en esta ocasión la ha dejado malherida. Tras la salida de Carlos Pascual, presidió el patronato Mariola Hoyos, que permanecería en el cargo hasta el verano en que se solicitó el préstamo a Bancaja, ya con Társilo Piles al frente.
«La Fundación siempre tuvo fines fundacionales, llevando temas deportivos, sociales, culturales... pero nunca una vocación accionarial», indica Mariola Hoyos, quien salió del cargo tras la llegada de Llorente a la presidencia del club. «Me llamó pidiéndome que lo dejara y yo dije que eso se tenía que someter a la decisión de los patronos, que él no podía pedirme algo así. Al final, como yo era patrono por el club, revocaron la designación».
Con Piles como presidente, en verano de 2009 se firmó el crédito de 75 millones con Bancaja para que la Fundación comprara el paquete mayoritario de la ampliación de capital y regatear a Dalport. En 2010 se amplió el préstamo en seis millones para pagar los intereses correspondientes a ese ejercicio.
Esto sirvió como ejemplo de una evidencia: que la Fundación carece de ingresos suficientes para devolver ese préstamo, y más después de que Nou Valencia ganase la querella presentada contra el club por asistencia financiera. Tras recabar el dinero para los intereses de 2011 con la venta de acciones, esta vía ya no ha sido posible en 2012 con la crisis en pleno apogeo. Meses de impagos han llevado al patronato a claudicar y deja las tres cuartas partes de la titularidad del club sumidas en la incertidumbre.
El intento de garantizar que el Valencia pertenezca a los valencianos ha desembocado en que todo dependa de la partida de póquer entre la Generalitat y Bankia, y las necesidades financieras de ambos. Lo lógico es que el banco exija los 86 millones que se le deben, los títulos pasen a manos del Consell y este pida facilidades de pago.
Pero, ¿qué hará la Generalitat con los títulos, sobre todo si llega un inversor con dinero contante y sonante? ¿Qué facilidades de pago dará Bankia, entidad intervenida por el Estado y con unos accionistas inquietos porque el valor de los títulos está en el sótano, y que podrían formular una demanda por administración desleal si el consejo se muestra laxo con el Valencia?
«Esta Fundación ha tenido una misión financiera, nada que ver con la idea original». Las palabras de Carlos Pascual podrían también firmarlas Martín Queralt o Mariola Hoyos. El fracaso de la operación de 2009 da mayor trascendencia a esa realidad.
http://valenciacf.lasprovincias.es/noticias/2013-01-21/fracaso-fundacion-20130121.html