Quién es quién en el desastre económico que ha puesto al club al borde del abismo
JOSÉ MOLINS jmolins@lasprovincias.es | .-
Verano de 2002. El Valencia acaba de proclamarse campeón de Liga después de disputar dos finales consecutivas de la Champions. Sus jugadores y entrenador despiertan la envidia de media Europa. El equipo blanquinegro, que dos años después sería distinguido como el mejor del mundo, iniciaba el periodo deportivo más brillante de su historia. Paradójicamente, era también el punto de partida de un desmoronamiento económico que, apenas diez años después, dejaría al club al borde de la desaparición.
Otoño de 2012. Para el Valencia es misión (casi) imposible pasar del tercer puesto, sus mejores futbolistas han sido vendidos y los que ahora despuntan no tardarán en hacer las maletas. Pero nada de ello puede compararse con el dramatismo económico que vive la sociedad. Tras esquivar el concurso de acreedores, se ve ahora obligada a reducir su capital social a la mitad como única vía para eludir la causa de disolución. El valor de las acciones va a caer en picado. Si aquella golosina de 2002 provocó un terremoto de disputas por acceder a los mandos de un club envidiable, hoy este lastre no lo quiere nadie. La única tensión se centra en convencer a Bankia para refinanciar la deuda, tras romperse el plan inmobiliario de Newcoval, y en desafiar a la lógica de un club arruinado con el paradójico reparto de dividendos que permitiría salvar a la Fundación del mismo modo en que ella salvó al club hace tres años.
¿Cómo se ha llegado a tal situación? El Valencia también tiene una década ominosa en el plano económico y éste es su quién es quién. Presidía la gloriosa etapa deportiva el rostro amable de Jaume Ortí. El dirigente aportaba popularidad hacia el aficionado, aunque en realidad era Manuel Llorente el responsable en la sombra de la gestión. Fue, como ahora, una época marcada por los ajustes económicos con el fin de reducir una deuda heredada del mandato anterior. No había dinero para grandes fichajes, lo que llegó a provocar enfrentamientos con Benítez, como aquel de la 'lámpara y el sofá'. Recortes similares a los de hoy con un mismo brazo ejecutor. Pero con la gran diferencia de los títulos, que mantenían a la afición en una burbuja. Siendo campeones, poco o nada importaba lo demás. Eran años complicados, como demuestra el hecho de que el club sólo presupuestara 8,7 millones en el capítulo de ingresos por competiciones de la campaña del doblete. La temporada anterior, en la Champions League, habían sido 31,5.
La sociedad atravesaba ya muchos apuros económicos y en un verano trepidante irrumpió en el club Juan Soler, reputado hombre de negocios al calor del imperio construido por su padre. Ningún temor en el horizonte. Compró las acciones de Paco Roig en una operación para pacificar el club y en principio mantuvo como presidente a Ortí.
El Valencia necesitaba liquidez y la encontró con la venta a la empresa Murcia Puchades de 10.000 metros cuadrados del viejo Mestalla, operación que dejó 18 millones en las arcas. El proyecto del nuevo estadio era entonces un embrión concebido bajo el prisma de la racionalidad. Por ello se planteó una sociedad mixta formada por el club, el Ayuntamiento y la Generalitat para abordarlo. Pero los títulos calentaron los ánimos de Juan Soler. Vislumbró el crecimiento, soñó con un estadio fastuoso, propio, y la historia de la sociedad daría un vuelco. En una situación económica poco halagüeña para el Valencia, por la puerta entraron los sueños de grandeza.
Soler rompió el principio de acuerdo para la cofinanciación del estadio y decidió que el club asumiera por su cuenta el proyecto. «Yo personalmente garantizo la viabilidad del nuevo Mestalla», vaticinó. Pidió un crédito a Bancaja y Banco de Valencia, a los que hoy se deben 219 y 25'6 millones respectivamente, que se devolvería con la venta del viejo campo. En su primer año en la presidencia duplicó el coste salarial de la plantilla respecto a la temporada del doblete e inició así la escalada de la deuda. Mientras que Llorente, dos campañas antes, se resistía a comprar un reproductor de vídeo a Benítez, ahora el Valencia de Soler empezó a alojarse en hoteles de cinco estrellas, con jamón de jabugo en el vuelo chárter del equipo y sueldos inasumibles para los nuevos directivos. Crecía la burbuja.
El club gastaba mucho más de lo que ingresaba, lo que le llevó a poner en práctica continuas fórmulas de maquillaje financiero para que el aumento de la deuda no fuera tan evidente. Uno de esos planes estrella fue el de Porchinos. «Un pelotazo», tal como definió el propio Soler a la operación por la que, según él, la deuda quedaría a cero. Compró, a través de la empresa Litoral del Este, terreno rústico en Ribarroja en 2005 que en poco tiempo fue recalificado. Luego lo revendería a la inmobiliaria Nozar, controlada por la familia Nozaleda, por más del doble. La gestión corrió a cargo de Vicente Soriano, pero Nozar nunca llegaría a construir la ciudad deportiva. Años después fue a la quiebra y los terrenos acabaron en manos del BBVA.
El propio Soriano, designado por Soler, movió el concurso de bocetos para la maqueta del nuevo estadio. Finalmente el consejo desestimó todos los proyectos aspirantes, pero la broma costó un millón de euros. Esta decisión menoscabó la relación entre Soler, que encargó una nueva maqueta más impactante, y Soriano.
La deuda ya superaba los 200 millones, pero Soler quería un Valencia grandioso, a la altura de Real Madrid y Barcelona. Se amparaba en la bonanza que traería el nuevo estadio, cuyo diseño se presentó por todo lo alto. Se encargó de ello Jesús Wollstein y tanto cautivó a Soler que despidió al director de comunicación, convenientemente indemnizado, para dejar paulatinamente el club en manos de Wollstein.
Soler no temía al futuro. Admitía que cada año habría un desfase negativo de entre 20 y 30 millones si se entraba en Champions, y de más de 40 si no se jugaba la máxima competición. Daba por hecho que la venta de las parcelas de Mestalla y la operación Porchinos harían a la larga del Valencia un club rico. La recalificación del coliseo de la avenida de Suecia se acababa de aprobar. Camino despejado. Pero no había quien comprase esas parcelas al precio que el Valencia pedía. Por eso el constructor, con su habitual 'esto lo pago yo', adquirió por 90 millones la primera de las cinco que salieron a la venta, aunque sólo llegó a poner trece. Luego habría que recomprársela para evitar que fuera al concurso de acreedores y arrastrara consigo al Valencia.
Era la época más dura del solerismo, en que la deuda superó los 420 millones y el gasto de la plantilla se disparó al nivel más alto de la historia. Imposible de aguantar para el club. Más aún cuando bajaron los ingresos respecto a la temporada anterior. Fichajes deportiva y económicamente desastrosos como Zigic, Manuel Fernandes, Del Horno o Joaquín, que arruinaron al club y comprometieron los siguientes ejercicios debido a las altísimas amortizaciones. Eso se juntó con el pago de finiquitos enormes, como los que percibieron Ranieri, Antonio López, Miguel Ángel Ruiz, Subirats, Quique o Koeman (7,5 millones en seis meses) y otros empleados como Galiano, quien duró apenas un mes en el cargo tras sustituir a Llorente y se llevó un buen finiquito por los servicios prestados. En la última campaña de Soler, el coste del personal no deportivo se disparó hasta los 13 millones, alentado por la decisión de crear cinco grandes áreas con otros tantos directores generales. Dos de ellos dejaron el cargo recién nombrados.
El equipo coqueteaba con el descenso, los planes de maquillaje financiero se torcían y encima se cruzó en el camino de Soler y Wollstein el bluf de Valencia Experience. Sin salida y con la afición en contra, la llegada de Villalonga le iba a apartar de la opinión pública, pero la intención de éste de llevar a cabo una ampliación de capital asustó a Soler y le empujó a un pacto antinatura con Soriano, que asumió la presidencia.
El empresario de Puçol se encontró un club lleno de deudas. Su etapa pasó a la historia por la promesa incumplida de vender las parcelas, la plantilla sin cobrar (lo hizo gracias a 50 millones de Eugenio Calabuig) y la paralización de las obras del estadio, pero hoy Soriano aún defiende las luces de su gestión. Recuerda que redujo los gastos y aumentó los recursos y que heredó un presupuesto ya elaborado, con muchas obligaciones de pago que hicieron que la deuda aumentara hasta 550 millones, y con menos ingresos al no estar en la Champions. Entendió que la solución no era desprenderse de Villa o Silva, en contra de la opinión de Bancaja, el máximo acreedor, sino vender el paquete patrimonial. Y subraya que trajo a Unibet (1,5 millones por medio año y entre 3,5 y 4 por las temporadas completas) y Kappa (4 millones), firmó el contrato con Mediapro (42 millones más otros 6 por la 'U' televisiva). Pero además de traer este dinero traería a Dalport cuando Bancaja tomó las riendas.
Javier Gómez diseñó la ampliación de capital, pero nunca perdió de vista el concurso de acreedores, por lo que el banco concedió los galones a un viejo conocido. El hombre de la austeridad. Manuel Llorente. Con la construcción del estadio como fin último, su principal tarea era reducir el coste de la plantilla, que bajó en trece millones tras las ventas de Villa y Silva. Luego salieron Mata, Jordi Alba..., bajo la premisa de vender sin dejar de ser competitivos. Los gastos han bajado considerablemente en todas las partidas, la deuda ha caído en 173 millones gracias a la salida de estrellas y la ampliación de capital, pero se ha llegado a un punto en que queda poco por vender y el proyecto milagroso de Newcoval se ha roto. Toca empezar de cero e ilusionar. Crisis al margen, el club ingresa por abonos ocho millones menos que hace tres años, la cifra más baja de la década. Otro de los efectos colaterales de la austeridad de Llorente.