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ORGULLO

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domingo, 7 de abril de 2013

Cuatro años de lucha contra la realidad


El ya expresidente acarició un acuerdo con La Caixa para concluir las obras del nuevo estadio, pero también se le vino abajo




A. BADILLO | VALENCIA..-


Los últimos meses del 'llorentismo' han constituido una agónica lucha contra la realidad, cuyo único avance fue el acuerdo con Caixabank para refinanciar a 15 años el crédito de 25 millones concedido por Banco de Valencia. Exiguo botín. Si la crisis abortó el plan para la venta de activos a cambio de cancelar deuda, la insolvencia de la Fundación llevó a Bankia a elevar su nivel de exigencia hacia el club de Mestalla.
El gestor únicamente veía dos salidas para el Valencia. La más rápida, pero muy complicada en la actual coyuntura, era la venta a un inversor. Aunque había sido apartado de esas negociaciones, al Consell llegó la noticia de que Llorente intentó alimentar alguna operación en Catar. Ayer un portavoz del club negaba dicha información. En cualquier caso, muchos eran los obstáculos: encontrar al inversor, convencerlo para que exponga su dinero en un club de tan alta actividad sísmica y concienciarlo de que más importante es hoy por hoy tapar agujeros y acabar el nuevo estadio que fichar jugadores de relumbrón. No serviría un Abramovich cualquiera, sino alguien dispuesto a echar raíces.
El otro camino, todavía más utópico, pasaba por la colaboración institucional. Cuando tomó la presidencia en 2009, Llorente trató de reabrir la senda de la financiación conjunta del nuevo estadio entre el Valencia, la Generalitat y el Ayuntamiento, cerrada en su día por Juan Soler. Entonces ya recibió una negación por respuesta. Hace un mes volvió a intentarlo, pese a ser consciente de lo baldío del esfuerzo. Planteó a un alto cargo municipal la posibilidad de que el Ayuntamiento se quede con la propiedad del suelo del nuevo estadio, devolviendo al club los 35 millones ya ingresados y condonando los 18 que conforman la deuda pendiente.
La propuesta, de nuevo rechazada, ayuda a entender el único horizonte que intuía Llorente. En el argot médico, para él no existía más tratamiento conservador que el apoyo de unas instituciones sometidas al desgaste que genera la desoladora postal de la avenida de las Cortes Valencianas.
Reanudar el nuevo estadio era su obsesión, aunque el panorama económico mantenga paralizadas sine díe las obras. De hecho, a pesar de lo quimérico de la operación, el día en que se rompió el acuerdo con Newcoval el Valencia no sólo abrió un frente para renegociar a largo plazo la deuda con Bankia. En aquel momento se contempló además una operación paralela aún más ambiciosa: negociar con otra entidad financiera una vía de crédito para concluir el nuevo estadio.
Aunque aquella idea quedó sepultada en el anonimato, las gestiones llegaron más lejos de lo que entonces se pudo pensar. Fuentes del Valencia confirmaron a LAS PROVINCIAS que La Caixa, dentro de su plan de negocio para consolidarse en la Comunitat, estaba dispuesta a conceder al club un crédito creciente que permitiera reactivar y finalizar las obras. La primera aportación sería de 40 millones de euros. Sin embargo, la iniciativa no prosperó.
Fue así como se perdió una de las últimas balas que guardaba el cargador de Llorente para revertir la situación del Valencia. Acentuada por la crispación que se vivía en la grada, la voluntad del gestor comenzó a flaquear hasta cristalizar las pasadas navidades la idea casi firme de abandonar el cargo. Sin embargo, Valverde trajo paz a Mestalla y sus buenos resultados tuvieron más peso que la aparición de candidatos con el pedigrí de Fernando Gómez. El equipo remontó el vuelo, generando un ambiente de trabajo que permitió al presidente creer que todavía podía continuar en el cargo.
Habitualmente arisco a las entrevistas y a desvelar sus planes en público, Llorente se creció en un reciente acto con peñas y dijo con aire a favor lo que nunca antes se había atrevido a aventurar: que deseaba agotar su quinto y último año de mandato. Pero éste era ya un presidente muy distinto. Menos beligerante. Capaz de aceptar la designación de José Antonio García Moreno como vicepresidente, a pesar de que su caballo era Fernando Giner. Con otro Llorente, el de siempre, eso no habría ocurrido. Son las consecuencias del desgaste de una época que ayer tocó a su fin.

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