Que gane el quiero la guerra del puedo. O eso decía Joaquín Sabina, sin complejos, en susNoches de Boda. Homólogos suyos también confirmaban que los sueños son el sustento de la pasión. David contra Goliat. Solskjaer en el Camp Nou o Gerrard en Ataturk. ¿Te acuerdas de los 13 puntos de Tracy McGrady en 35 segundos o de la remontada de los Boston Red Sox ante los New York Yankees? La percepción, sensorial y sentimental, de dichas utopías se trasmuta con tan solo una única palabra. Cambiar el “¿por qué?” por el “¿por qué no?”.
En esta tesitura se encuentra -o podría hacerlo- el Valencia Club de Fútbol. El renacido murciélago de la ciudad del Turia, grano a grano, se ha presentado en un contexto que bien puede hacer creer a los más románticos y soñadores que todo es posible. La meta es una, la cima otra. Llegar al punto más alto del Kilimanjaro recela entre la objetividad y la subjetividad. Junto a otros competidores, que adelantan al escalador che, la pugna por clavar la bandera en el macizo se antoja hercúlea, como antaño.
Y es que el equipo de Nuno Espirito Santo se está preparando para soñar con argumentos. Lustros han transcurrido desde que la afición de la avenida de Suecia no tenía motivos para, al menos, intentarlo. 2015 ha conseguido que el Valencia sea imponente. Siete victorias en nueve partidos y ocho en los últimos 10 que le colocarían como líder de la clasificación española en referencia a dicha estadística. En un conjunto donde la aparición de sus puñales exteriores le ha propiciado el óxido nitroso que anhelaba. Sofiane Feghouli y Pablo Piatti, argelino y argentino, han reajustado el esquema del de Santo Tomé, quien por fin decidió quedarse con la caja del 4-3-3.
Los números invitan a empezar a creer en lo imposible, o al menos plantear la alternativa. El objetivo es conseguir la plaza que garantice que la música de la Champions League vuelva a Mestalla el próximo curso; el subjetivo es ver cómo se ‘agallina’ la piel decorada con trazadas naranjas y brillan los ojos de una afición que comienza a recordar lo que se sentía cuando la vida le sonreía. La competición le ha ofrecido al Valencia la oportunidad de creer, puesto que la escalada es visible. En las últimas cuatro jornadas, el club valenciano le ha recortado cinco puntos al Real Madrid, tres al Barcelona, cinco al Atlético de Madrid y ha aumentado su ventaja con respecto al Sevilla y Villareal en ocho y cinco puntos.
En esta misión, el templo es axiomático. Mestalla y su gente ha alentado al equipo hacia 11 victorias, a tan solo tres de su mejor marca en casa. 53 puntos en 25 partidos, un récord que en tiempos pretéritos serviría para comandar la contienda y que ha pulverizado al que hace más diez años consiguieron unos jugadores y un entrenador que ahora pertenecen al Hall of Fame valencianista. Ocho puntos separan, a estas alturas de campeonato, al Valencia del líder de la clasificación (Real Madrid), algo que no ocurría desde la temporada 2005-2006.
El ‘proyecto Lim’ ya es una realidad. Más de 100 millones de euros invertidos en futbolistas que comienzan a entender que Valencia no es una ciudad cualquiera y que despertar a la afición ‘che’ suscita la importancia y la responsabilidad de portar su escudo en el corazón. Años de oscurantismo que dejan paso a una época de luz que merece cada aficionado.
En la jornada 25, el club ‘taronja’ ha perdido los mismos partidos que Real Madrid y Fútbol Club Barcelona y uno menos que el Atlético de Madrid. Del entrenador de este último renació el concepto de “partido a partido”. Una premisa que en Paterna se ha amplificado al “día a día”. Con la que José Luis Gayà se ha convertido en un rubí de más de 50 millones de quilates de cláusula y en el mayor ejemplo de que el trabajo de cantera es esencial en el proyecto nacido de la Transición. Pero también existen otros motivos en forma de futbolistas: la llegada de André Gomes, la inteligencia de Álvaro Negredo, el equilibrio de Javi Fuego, la tensión de Enzo Pérez o el sentimiento –propio de Totti- de Paco Alcácer. Y qué decir de Nico Otamendi, de ‘Otakáiser’, del hijo ilegítimo de un ratón que sigue pidiendo calma en la Rosaleda.
El partido del próximo domingo se antoja trascendental. El Atlético de Madrid llega tocado tras perder ante el Bayer Leverkusen y empatar frente al Sevilla. Sin la magia irreverente de Antoine Griezmann y la seguridad piramidal de Joao Miranda, el conjunto del ‘Cholo’ Simeone se vuelve más vulnerable ante un Valencia que, a expensas de un milagro de la ‘Cheperudeta’, no podrá contar con Otamendi, aunque tratándose del zaguero argentino, un esguince de grado II en su tobillo izquierdo es tan solo un pelo despeinado.
De ganar en el Calderón, los de Nuno se colocarían terceros en la tabla, con la sapiencia de que si estudias para el 10, posiblemente saques un ocho. Y sí, es prácticamente imposible, ocho puntos es una ventaja preponderante. Sí, todavía hay que visitar el Santiago Bernabéu y el Camp Nou, lo que supondrá enfrentarse a los titanes más pétreos de la nación. Pero ¿por qué no?
La cima está muy alta. Tan alta que aturde simplemente contemplarla. A lo mejor todas estas palabras son producto del delirio de un loco enamorado, pero tal vez sean el preludio del regreso de un sentimiento que hacía mucho que no vivía. Sí hay motivos para creer, no para obsesionarse o no ver más allá, porque los pies deben estar en el suelo, pero la mirada, en el cielo. Como dijo el genio del bombín, con tan solo dos palabras se puede decir una mentira: “No puedo”. Y si no puedes, “en la farmacia puedes preguntar si venden pastillas para no soñar”.
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