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ORGULLO

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martes, 4 de diciembre de 2012

El último bucanero


La irrupción de Mario Alvarado, otro episodio oscuro en las dos décadas del Valencia como sociedad anónima



JUAN CARLOS VILLENA | VALENCIA.-


El Valencia CF lleva desde hace dos décadas una pesada losa a cuestas. Nunca antes, en la historia del club, unas simples siglas supusieron desgracia mayor. Sociedad Anónima Deportiva (SAD). Aquel lejano decreto sobre el deporte profesional, con el frío nombre de Ley 10/90 del 15 de octubre, fue el principio de una batalla que parece no tener fin. Un bucle con episodios vergonzosos que se ha convertido en lacra para la entidad de Mestalla. Aunque hay clubes que han sufrido bandazos societarios desde su conversión en empresas, ninguno de ellos ha padecido en sus carnes durante un espacio tan longevo de tiempo la sonrojante huella de la lucha por el poder, ese particular 'juego de tronos' a la valenciana. El 13 de julio de 1992 el Valencia cumplió con la ley y, con las 90.000 acciones que salieron a la venta, se crearon ocho grandes paquetes de 1.500 títulos para que ese primer consejo de administración comenzara el camino societario. El consejero más rebelde para el presidente Arturo Tuzón fue, sin duda, Francisco Roig.
Ninguno de aquellos empresarios se hubiera imaginado que, dos décadas después, el Valencia fuera a vivir otra de esas semanas que se incorporan al capítulo más oscuro de la hemeroteca blanquinegra. Mario Alvarado irrumpió, casi literalmente, en la actualidad el pasado lunes. Pero ya venía mandando en privado, desde hace más de un año, ese mantra mesiánico de una inversión de 1.000 millones de euros que luego fueron 500 y a la hora de la verdad 200. El costarricense entregó en Bancaja una documentación que, según él, acreditaba su poderío económico. Bankia dio carpetazo a la petición en medio minuto, al comprobar que el aval carecía de solvencia. Un episodio administrativo simple pero que, con un club lastrado por las deudas, se convierte en espectáculo mediático.
Al Valencia se han acercado muchos personajes atraídos por la 'fiebre del oro'. No es un juego de palabras con la empresa que Alvarado tiene escriturada en la tierra de las flores, de la luz, y del amor, pero Al Loro S. L., con 4.000 euros de capital social, sirvió como escenificación de su particular caballo de Troya, esa que va a arder según los propios integrantes de su grupo inversor. Mario Alvarado vino apadrinado por Juan Soler, que llegó a telefonear a Alfonso Grau, vicealcalde del Ayuntamiento de Valencia, para dar buenas referencias del empresario. El expresidente se justificó argumentando que había tomado «varios cafés» con Alvarado. Debería aclarar si son de la misma marca que aquellos que faltaron para fichar a Cristiano Ronaldo.
La nebulosa de Alvarado se difuminará en los próximo días, pero la mancha societaria perdurará para siempre. Es lo malo que tienen las hemerotecas, ese baúl de los recuerdos donde los bucaneros quedan retratados. Resulta sonrojante, para cualquier periodista que se precie de ello, comprobar los puntos en común entre Mario Alvarado y Víctor Vicente Bravo, el dueño de Dalport. Los dos llegaron a Valencia con ofertas millonarias, basadas en humo. La entidad no se vería manchada en su honor si estos personajes no estuvieran rodeados de personas que sí que han sido importantes dentro de la historia del club.
Porque en el capítulo más triste de las dos décadas societarias de la entidad de Mestalla no sólo aparecen bucaneros, sino también malos gestores. Dirigentes que han plasmado en el club sus delirios de grandeza, hasta llevar al Valencia a rozar el surrealismo. Paco Roig, Juan Soler y Vicente Soriano aparecen en el aliño de casi todas las salsas. Francisco Roig llegó a la presidencia del club el 9 de marzo de 1994, tras ganar en las urnas con el lema del 'Valencia campeó'. Fue el final de un camino que le llevó dos años de trabajo y de empeño. Para Tuzón fue un dolor de cabeza asistir a la 'ópera prima' de los cánticos y pancartas patrocinadas. Los accionistas votaron a favor de que el presidente cobrara como sueldo el uno por ciento del presupuesto. No hay que ser un genio de las matemáticas para deducir que a Paco le interesaba, desde entonces, que la cifra de los gastos creciera. La regla de tres es un muy simple. Su gran aportación fue una ampliación de Mestalla ilegal, tal y como años después certificaron los tribunales, incómoda y de dudoso gusto estético. A Jaime Ortí, ya como presidente, le costó aquel célebre lapsus de 'señor Buñol' para referirse al vecino de Poble Nou.
A Paco Roig lo tiró la afición. Esa que llenó de pañuelos las gradas de Mestalla el 30 de noviembre de 1997 tras la derrota ante el Salamanca. Pero el hermano de Juan y Fernando no debió tomar lecciones en las reuniones de familia de dos empresarios brillantes, no arrojó la toalla. Amasó el suficiente dinero como presidente, de forma legal, para seguir en la brecha. Sus apariciones en las juntas fueron seguidas por los accionistas durante años como el mejor divertimento. No se cortó ni en la época dorada de los títulos (2002-04). Sus disputas dialécticas con Ortí fueron antológicas, con episodios tan 'memorables' como aquel 'Empire State' que quería construir en Mestalla para poder ver «las regatas de la Copa América desde la terraza».
Para el gobierno valenciano comenzó a ser un problema el intento de Roig de volver a la poltrona. Corría el año 2003 y ya se había desatado otra 'fiebre del oro' en el entorno valencianista. Bajo el lema 'Cor i Força' el expresidente comenzó una frenética batalla en la compra de acciones. Y la familia Soler empezó a hacer lo mismo. Se sucedieron los días de vino y rosas para el pequeño accionista, que fue tasando la ilusión de sus acciones a 600 euros la unidad. El grupo de Paco Roig llegó a alquilar un monovolumen para llevar, de nueve en nueve, a los accionistas a la notaría. El murciélago del escudo se tapó esos días los ojos con las alas.
Francisco Camps medió para acabar con esa espiral. El 4 de mayo de 2004 Bautista Soler compró a Paco Roig sus 40.000 acciones por 31,5 millones de euros. Un negocio redondo para Paco. La paz social se tasó en más de 5.000 millones de las antiguas pesetas. Otro capítulo de la hoguera de las vanidades de Mestalla. Porque Juan Soler, que asumió la presidencia cinco meses después, se cubrió de gloria con su gestión. En cuatro años la deuda del Valencia pasó de 132 a 550 millones. Todo un logro basado en el despilfarro deportivo, con fichajes tasados en la tarifa plana de los 18 millones, los finiquitos (el de Koeman costó 7,2 millones) y su proyecto megalómano, el nuevo Mestalla. La sociedad valenciana asistió pasiva al sueño de Soler de construir el mejor estadio del mundo... sin tener vendido el actual.
Soriano comenzó a cobrar fuerza desde la entrada de Soler como máximo accionista. En 2008, cuando el empresario de la construcción veía que la burbuja inmobiliaria le iba a explotar en el rostro, se retiró a sus aposentos buscando un comprador para sus 70.000 acciones. Soriano le trajo de la mano a Juan Villalonga. Y el paso del expresidente de Telefónica fue otro episodio peculiar de la historia valencianista. El madrileño aterrizó el 8 de julio de 2008: «Vamos a hacer un equipo campeón». Utilizó un lema muy original. A Villalonga y Soler se les rompió el amor de tanto usarlo. El empresario salía por la puerta de atrás diecisiete días después pero con un finiquito de 10 millones, que asumió Soler.
Fue aquella noche de las tres ruedas de prensa. Villalonga tiró con bala «porque el Valencia es un enfermo que se muere. Tiene una deuda de 439 millones y está en la UVI». Soler sacó pecho: «No soy un demagogo como él; no se ha marchado, le he tirado yo». Y Soriano se convirtió en nuevo presidente del Valencia. Su máximo logro fue ondear aquel papel en la junta del 17 de noviembre de 2008. «Por fin lo hemos conseguido, hemos vendido las parcelas». El murciélago miró para otro lado. Vicente dimitió el 4 de junio de 2009. Tres días antes Soler había firmado en Bancaja apoyar la ampliación de capital y la entrada de Llorente como presidente.
Pero el de Puzol no había dicho su última palabra. Un mes después se dio su último baño de gloria anunciando la llegada del mesías. Inversiones Dalport, del que se fue su apoderado. El problema es que muy pronto se vio la cara real de los bucaneros. Víctor Vicente Bravo prometía una inversión de 500 millones avalada por unos bonos de Ford Motor Company en Nevada que venían con la firma de Robert Phillip Moore, un intermediario que fue condenado en 2006 por un delito de estafa. El legado de Dalport incluye su famoso logo, un águila para colorear de un cuaderno para niños, la web que aparecía y desaparecía y el domicilio social en Boadilla del Monte. Una empresa invisible para el Ayuntamiento de la localidad madrileña. Un desconocimiento parecido al que se tiene en Salteras de Rualmaga S.L., la empresa que aparece en los documentos que Alvarado entregó en Bancaja.
Dalport desapareció cuando tuvo que convertir 'los cromos del coyote' en dinero. No pagó el precio pactado a Soler (el constructor va ganando sentencia a sentencia a Soriano por ese pleito) ni al resto de accionistas que aglutinó Vicente Silla. Tampoco acudió a la ampliación de capital, porque eso le hubiera supuesto poner encima de la mesa 46 millones para mantener el 50,3% de las acciones. No iba disfrazado de Jack Sparrow, aunque lucía un bigote similar, pero Víctor Vicente Bravo aún tuvo arrestos de presentarse en la junta del 14 de septiembre de 2009 en un último intento desesperado. En la hemeroteca todavía resuenan sus promesas «de una inversión de 700 millones y un hotel de siete estrellas» y el abucheo general de la asamblea.
Tres años después la aparición de Mario Alvarado es el último intento de los trapecistas, sin contar el apoteósico 'revival' de Paco Roig en la junta del pasado 9 de noviembre. El problema es que el Valencia, la institución, sigue atónita a los acontecimientos con una red de protección que cada vez es más delgada. Llorente, que entró en el club de la mano de Paco Roig, y Társilo Piles, consejero con Soler, pilotan una nave que no aún no tiene rumbo claro. Llorente escuchó ayer por primera vez el 'vete ya' de la grada de Mestalla. La propia Fundación también ha tenido sus bandazos. Hace dos décadas, con Juan Martín Queralt, denunció por irregularidades la conversión en S.A.D. Veinte años después es el máximo accionista. A este paso el murciélago emigrará... junto al águila de Dalport.
http://valenciacf.lasprovincias.es/noticias/2012-12-03/ultimo-bucanero-valencia-201212031805.html

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