Los goles de Villa valen su peso en oro pero el talento en el fútbol moderno también cuesta lo suyo. Y ahí entran en escena tipos como Silva, que parece que no están pero cuando aparecen hacen el mismo daño que gente que está acostumbrada a verse en la pelea por el pichichi. El menudo canario es capaz de reunir una pizca de todos los componentes que endulzan los rigores tácticos que hoy en día se imponen en las pizarras de los vestuarios. No siempre se juega contra equipos tan alocados y generosos como el Werder Bremen. Por eso, la participación de futbolistas capaces de escaparse de guiones estrictos se sitúa en planos de cierta importancia.
Sólo hay que fijarse en lo que pasó ayer en Mestalla para darse cuenta de que Silva es para este Valencia un complemento de lujo para ocasiones en las que Villa no puede seguir exprimiendo su veneno. En Alemania, en ese partido tan antológico que jugó el Valencia por el marcador -otra cosa bien distinta es por la pureza de su fútbol-, Silva fue culpable directo de tres de los cuatro goles que marcaron los valencianistas. Le dio uno a Mata y dos a Villa. Es pues el socio ideal para la gente de área. De ahí que cuando atrapa el balón, lo único que debe hacer el resto es estar en alerta máxima porque puede pasar cualquier cosa. Y pasó.
Pasó que después de una hora de relativo tostón, a Silva se le encendió la luz. En su cerebro desfilaron cuando controló el esférico casi en la frontal un sinfín de posibilidades. Cuestión matemática debió pensar. Repasó todas las opciones y eligió la más jugosa para su equipo. Casi sin mirar, adaptó su cuerpo a la exigencia del pase y le puso el balón a Mata, que ya sabe muy bien cómo se las gasta el canario. Entonces fue todo más fácil. Mínimo toque de control y golpeo para ajustar al palo. Resultado de la operación: gol, y partido porque ahí se acabó la cómoda supervivencia que había mantenido vivo hasta ese momento al Almería.
Acabar con un 1-0 hubiera sido un corto obsequio para los treinta mil y pico aficionados que acudieron con fidelidad y entrega a la resaca europea. Por eso, ocho minutos después, otra vez los de siempre volvieron a liarla. Esta vez, con papeles cambiados. Tampoco les va nada mal, por cierto. Si la costumbre hace que sea siempre Silva al que le basta un poco de olfato para encontrar a Villa, en esta ocasión sucedió a la inversa. Fue el asturiano el que asistió al canario que hasta desde el suelo es capaz de convertir en gol balones que parecen perdidos.
Mestalla, ahora sí, pudo respirar con cierta comodidad porque, la verdad sea dicha, desde muy pronto comenzaron a palparse sensaciones un tanto extrañas. El panorama que ofrece el equipo valencianista está plagado de matices y equipos como el Almería que vienen con líneas moderadamente optimistas pueden complicar resultados. Teniendo un entrenador tan ilustrado como Juanma Lillo, se entienden algunos de los aspectos que ofreció ayer tarde el cuadro andaluz. Y, por cierto, hasta le vino bien al Valencia tener delante un equipo que pretende aplicar una filosofía interesante pero que en esta ocasión se quedó a medio camino.
Con la clasificación para la Champions tan exigente y marcado por las nueve bajas actuales, la tarde en Mestalla se presentaba casi como el tiempo. Con excesivas dudas. Las palpitaciones de la grada de temor a dejar escapar la oportunidad superaban con creces a la alegría que podía dar sumar una victoria en casa. A todo eso, se unía precisamente la coyuntura en la que se ha visto inmerso Unai Emery que cada semana debe rebuscar en su plantilla para encontrar parches consistentes.
Esta vez, se decantó por Lillo para el lateral y por recurrir a Fernandes como central. Qué curioso. El portugués andaba más fuera que dentro en la dinámica de grupo en los últimos compromisos y, aunque sin estridencias, completó un pulcro partido, hasta el punto de ser uno de los pocos que mantuvo un nivel interesante. Eso da una clara muestra de cómo estaba el resto.
Pues el resto estaba para aguantar y poco más. Sobre todo en el centro del campo, donde el Valencia demostró una carencia importante. Baraja, que venía de haberse vaciado en Alemania, y Banega no congeniaron. Y no es por la voluntad del vallisoletano, que le puso todo el ahínco posible, sino por el partido que se marcó el argentino. Pese a estar fresco, ya que no jugó contra el Werder Bremen por sanción, Banega marcó uno de los puntos clave del partido. Desapareció por completo y eso el Valencia lo acusó de manera sensible. Quizás, y es una posibilidad, porque Banega no fue capaz de adaptarse a la personalidad de su compañero de escena. No es lo mismo tener al lado a Albelda, a Marchena o a Maduro, que tener a un Baraja, que pese a las limitaciones que físicamente puede llegar a tener -a pesar de eso su esfuerzo fue notable-, al que le gusta participar mucho más en la elaboración del juego. De ahí que a Banega le tocó buscar un espacio que nunca encontró. Anduvo tan perdido que si Emery -con bronca incluida- no lo cambió fue (esta vez no le habrían pitado) precisamente porque en el banquillo no había ni un solo centrocampista puro.
Fue esa ausencia la que permitió que en el centro del campo Bernardello, Soriano y M'Bami pudieran más o menos, nivelar el cúmulo de despropósitos que unos y otros se habían encargado de plasmar. Eso, a quien realmente benefició, fue a la defensa valencianista y sobre todo a Fernandes, que se 'comió' al acomodado Goitom ante la indiferencia del resto de rojiblancos. La preocupación sólo llegó del lado de Lillo, sobre todo cuando el lateral recibió la primera amarilla. Ahí sí estuvo bien Unai, que en el descanso echó mano del recurso de Alba para evitar males mayores como la expulsión a los que, dicho sea de paso, uno parece ya estar acostumbrado. Se hace extraño acabar un partido con once y con todos los jugadores sanos. Menos mal.
Aún así, hay ocasiones que todo depende del criterio arbitral. A Teixeira le reclamaron los andaluces la segunda a Lillo, pero ahí sí estuvo bien el colegiado, tan quisquilloso en acciones absurdas como la de retrasar el saque de una falta porque el balón estaba a un metro de la zona exacta de la infracción. Cosas en las que se entretuvo Teixeira -hasta en cuatro ocasiones ayudó al infractor al no favorecer el saque rápido- y las que ayudaron al público a prestar algo de atención al juego.
La gestión del juego de ataque de ambos equipos era bastante deficiente, unos por falta de claridad y otros por ausencia de calidad. Unai tenía poco margen para la maniobra pero a Lillo -el entrenador, no el lateral- no le salieron bien los cambios. Había interés en ver cómo reaccionaría el Almería con media hora por delante tras el gol del siempre avispado Mata. Pero a los andaluces les vino grande el partido. Tanto que ni tan siquiera cuando se plantaron ante César supieron encontrar el camino del gol. Raro era también que no apareciera en escena César. Ya en el tiempo cumplido desbarató un balón en un uno contra uno. El Valencia, afianzado en la tercera plaza, puede presumir de tener un ataque de lujo y un portero que da muchas garantías de cara a inversiones ambiciosas si se saben administrar con cabeza. Después de lo que ocurrió en Bremen, partidos como los de ayer pueden saber a poco. Reflexión, por cierto, facilona y hasta errónea si uno pierde la visión global del momento en el que se encuentra el curso. Pese a todo, no estaría de más que el Valencia comenzara a afinar su repertorio fuera de casa.
http://valenciacf.lasprovincias.es/noticias/2010-03-22/talento-silva-20100322.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario