J. V. Aleixandre
Los futbolistas del Valencia se pusieron el mono de faena y arrancaron un sustancioso empate de San Mamés. Cuando se afirma que un equipo se ha vestido con la ropa de trabajo, la mayoría de las veces es una forma elegante de decir que no ha jugado ni un pimiento. Pero tratándose de este Valencia, al que tantas veces se le echa en cara su falta de implicación y su escasa intensidad, que el domingo estuviera por la labor, resulta muy elogiable. Por lo que se refiere al juego desplegado, visto lo que nos venía ofreciendo en anteriores choques, puede concluirse que si no lució el terno de gala, al menos si un traje aseadito, con destellos elegantes a cargo de Barragán „sin duda jugó su mejor encuentro como valencianista„ y Jonas. Por su parte, Javi Fuego brilló menos pero fue él quien sostuvo al equipo en el centro del campo. Paco Alcácer, en su debut liguero, demostró que se puede contar con él para algo más que como recurso retórico a la cantera.
Pero la gran sorpresa de la noche fue Feghouli. Después de varios meses desaparecido y tras haber coqueteado con la expulsión por culpa de ese comportamiento suyo tan absurdo y desquiciante para el público ajeno y hasta para el propio, el franco-argelino volvió a desbordar como antaño. ¿A qué se debió este cambio de comportamiento? ¿Cual fue la causa de esta resurrección? Vaya usted a saber. No busquen explicaciones racionales, no vaya a ser que, de pronto, de la misma manera que ha llegado, vuelva a marcharse, sin saber por qué. Lo bien cierto es que con Feghouli, con Alcácer y con Jonas, el ataque valencianista tuvo más agilidad y frescura. Con Pabón, no. El colombiano, ojito derecho del presidente, nada de nada. Y Banega, el «rat volat» del escudo, lo de casi siempre: pérdidas absurdas de balón por abusar del regate, y algún pequeño destello en el pase. Nada que ver con aquel Ever del final del último curso.
Con eso, y con la defensa más concentrada, le bastó al Valencia para sacar adelante un partido que fue incierto y emocionante hasta el final, como si fuera un baile agarrado de aquellos de antes que, hasta su conclusión, nunca se sabía si iban a terminar bien... o mal. Eso sí, no fue una de esas danzas de ahora, desmadejadas y alocadas. El fútbol, como deporte coral que es, requiere de un cierto orden coreográfico. Y el VCF lo tuvo más que el Athletic.
Pero la gran sorpresa de la noche fue Feghouli. Después de varios meses desaparecido y tras haber coqueteado con la expulsión por culpa de ese comportamiento suyo tan absurdo y desquiciante para el público ajeno y hasta para el propio, el franco-argelino volvió a desbordar como antaño. ¿A qué se debió este cambio de comportamiento? ¿Cual fue la causa de esta resurrección? Vaya usted a saber. No busquen explicaciones racionales, no vaya a ser que, de pronto, de la misma manera que ha llegado, vuelva a marcharse, sin saber por qué. Lo bien cierto es que con Feghouli, con Alcácer y con Jonas, el ataque valencianista tuvo más agilidad y frescura. Con Pabón, no. El colombiano, ojito derecho del presidente, nada de nada. Y Banega, el «rat volat» del escudo, lo de casi siempre: pérdidas absurdas de balón por abusar del regate, y algún pequeño destello en el pase. Nada que ver con aquel Ever del final del último curso.
Con eso, y con la defensa más concentrada, le bastó al Valencia para sacar adelante un partido que fue incierto y emocionante hasta el final, como si fuera un baile agarrado de aquellos de antes que, hasta su conclusión, nunca se sabía si iban a terminar bien... o mal. Eso sí, no fue una de esas danzas de ahora, desmadejadas y alocadas. El fútbol, como deporte coral que es, requiere de un cierto orden coreográfico. Y el VCF lo tuvo más que el Athletic.
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