EL DARDO
Vaya por delante que creo en Miroslav Djukic como entrenador. Me parece un técnico capacitado, bien preparado y que reúne los requisitos suficientes para dirigir al Valencia. Coincido plenamente con su discurso; hay que ahuyentar complejos que sirven de pretexto para el conformismo y el acomodamiento de la plantilla. Algo que, por desgracia, ha sido un mal endémico en Mestalla durante algunos períodos de la historia.
Célebre es la anécdota de un recién llegado Frank Arnessen, cuando se atrevió a decir, allá a principios de los ochenta del siglo pasado, que venía a luchar por la liga. Sus propios compañeros le corrigieron en la intimidad y le afearon su osadía. Aquel ejercicio, el Valencia cumplió con la hoja de ruta diseñada por los pesos pesados del vestuario al batir en casa a todos los rivales de entidad para acabar cuarto, clasificado para Europa, que era el “objetivo” previsto. El título se lo llevó la Real Sociedad, integrada por once vascos.
El fútbol de ahora no es como aquel, pero el nivel de exigencia del serbio se hace más necesario que nunca. Las enormes distancias abiertas entre los competidores obligan a evitar excusas y a no rendirse de buenas a primeras. Si Djukic se merece un sobresaliente por su ambición y valentía, mensajes argumentados con fundamento y bien razonados; en la aplicación práctica se ha ganado un suspenso, por lo visto en las tres jornadas disputadas hasta la fecha.
El colmo del despropósito fue lo sucedido ante el Barça. La emoción del marcador, el delirio provocado por Helder Postiga en un par de minutos, la sensación de revivir aquellos legendarios Valencia-Barça a la “holandesa”, disimulan el caos inicial, el naufragio colectivo valencianista y la cruda realidad de un equipo que no sabe por dónde va.
Un amigo “culé” se sinceró con un mensaje al móvil: “ojalá todos los equipos le jugaran al Barça como el Valencia, seríamos campeones de calle”. Así de crudo era su contenido y lo peor es que tenía toda la razón. A un rival de esa talla, se le sirvió en bandeja el triunfo que pudo haber sido de escándalo. Quienes esperábamos un Valencia bien organizado, tapando con criterio para sorprender a la contra, nos encontramos con justo todo lo contrario. Faltaba una hora para el inicio del duelo y cuando conocimos la alineación, nos temimos lo peor.
Dicho está y delante de testigos. Djukic se confesó, posteriormente, en la sala de prensa y descubrió su error básico cuando habló de arrebatarle la posesión del balón al equipo de Martino. A este Barça falto de frescura se le gana de otra manera, porque se le podía poner en aprietos si se hubieran empleado fórmulas más prácticas, no se le puede jugar a pecho descubierto.. Hace años era el “Piojo”, no hace mucho Matthieu. Pero, desde luego, cualquier planteamiento diferente al empleado. Solo deseo de corazón que Djukic recapacite y sepa rectificar.
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