Djukic ha plasmado en el Valladolid su idea de juego ofensivo, similar a la de su predecesor en el Valencia
A. ZAHINOS VALENCIA
Cuando Llorente señaló a Pellegrino como sucesor de Unai, Braulio pensaba en un perfil diferente de técnico. En su agenda se barajaban los nombres de Valverde y Djukic, los dos técnicos que, finalmente, marcarán la pauta de este Valencia. Pellegrino reinstauró durante su corta etapa algunos de los valores aprendidos como pupilo de Benítez: intensidad presión y vértigo a partir del robo de balón. Ahondaba así en la idea de fútbol vertical que también buscaba Emery, aunque con el argentino el protagonismo en la posesión se cedía de manera más evidente al oponente. La llegada de Valverde supuso un cambio de paradigma en el juego del Valencia, con la pelota como mayor centro de atención. Recuperar la iniciativa en el juego ha sido la premisa de este Valencia, que descansa en las botas de Parejo y Éver Banega, el legado más importante de Valverde al futuro entrenador. La llegada de Djukic no supondrá una ruptura con el pasado más inmediato. Al contrario, durante su etapa en el Valladolid, se ha plasmado el estilo de un técnico que exige un juego asociativo. Con él, un veterano mediapunta como Óscar -con permiso de Ebert- ha sido el faro de todo el fútbol de ataque en un equipo que, pese a sus recursos limitados, busca siempre acampar en la mitad opuesta del campo. Djukic, que entrenó a la sub21 de Serbia y a la última camada de jóvenes talentosos del Partizan de Belgrado, se siente cómodo al gestionar grupos de gente joven. Exige intensidad desaforada a sus equipos. Todo entronca con los valores de un proyecto nuevo cuyas bases están ya asentadas.
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