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ORGULLO

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miércoles, 10 de febrero de 2010

Emery, a muerte con la grada

Si Unai Emery fuera boxeador, destacaría por su capacidad para encajar golpes sin doblar las rodillas. Si se dedicara a la política, difícilmente lo pillarían en un renuncio. Pero es entrenador de fútbol y se sienta cada dos domingos en el banquillo eléctrico de Mestalla. Toda una prueba de madurez para un técnico de 38 años que en temporada y media ha aprendido a morderse la lengua y calcular milimétricamente su discurso como el más experto orador; a aguantar las críticas objetivas y también las interesadas con la misma sobriedad con que reaccionaría encima de un cuadrilátero.

Siempre positivo, que diría Van Gaal. Las envidiables estadísticas de Unai compiten con las mejores de la historia del Valencia, pero no han servido para ablandar el duro corazón de una afición exigente como pocas. El técnico, sin embargo, se resiste a admitir la evidente falta de química con la grada. Prefiere ver la botella medio llena, y esa línea de exacerbado optimismo lo conduce incluso a sentirse capaz de reconvertir al indisciplinado Miguel o al indolente Fernandes como antes lo hizo con un Banega que ha pasado de bluf a estrella en un milagroso pis pas.

Estas son algunas de las conclusiones que arrojó ayer su paso por la tertulia del programa «Juego Limpio» de LAS PROVINCIAS Punto Radio (92.0 FM), celebrada en el restaurante Casa Navarro de Alboraya.

Tuerce el morro cuando le hablan de su renovación. Ya esquivaba ese debate en noviembre y lo sigue haciendo en febrero, a pesar de que dentro de tres meses estará técnicamente en el paro. Y lo argumenta. «El tema me violenta por una cuestión de coherencia. Si yo pido a un futbolista que no esté pendiente del Mundial, ¿cómo voy a pensar yo en mi futuro? Sería un egoísta».

Las partes parecen condenadas a entenderse. Emery se muere de ganas por continuar en el Valencia, pero no lo dice. Llorente está convencido de que el vasco es su técnico, aunque no da el paso. Lo lógico es que sea cuestión de tiempo, de buscar el momento idóneo para el apretón de manos. «Hace tres semanas ya dije en rueda de prensa que no era el tema, pero ese mismo día avancé que trabajo muy a gusto aquí». Es la máxima concesión de un técnico obsesionado por blindar sus emociones. «Mi corazón tiene muchísimo sentimiento, pero yo hago una coraza para que no salga».

No ve enemigos en la grada de Mestalla, a pesar de que tuvo que oír silbidos ante el Valladolid con un cómodo 2-0 en el marcador. Sabe que su éxito en el Valencia pasa por la habilidad que atesore para aglutinar voluntades hoy por hoy divergentes. Y regala elogios. «La afición es la parte mas importante de este tinglado. Sin ella no habría jugadores ni estadio ni nada. Veo lógico que apriete, porque yo soy la persona que toma las decisiones. Por eso hay que respetarla muchísimo y atraerla hacia el equipo».

En esa cotizada banqueta donde se sienta fueron vituperados antes que él colegas como Héctor Cúper, Quique Sánchez Flores y hasta Rafa Benítez. Emery huye de tremendismos. «No es algo que pase sólo en Valencia. Un entrenador está expuesto al juicio final de los resultados. Lo que ocurre es que hay más exigencias en unos sitios que en otros y aquí son especialmente altas».

El entrenador blanquinegro se considera preparado para aceptar las quejas que llegan desde la grada, aunque asegura que en la calle encuentra más cariño que rechazo. «Me mataré por que la gente esté satisfecha, ya que el ambiente de crispación no es bueno», llega a proclamar. Lo que no entiende son las campañas orquestadas contra él desde diversos foros. «Soy primero persona y luego entrenador. Entiendo las críticas encaminadas hacia mi profesión, pero no las que superan la barrera del Unai Emery persona. Y en algunos caso está ocurriendo. Eso sí es reprochable».

Su Hondarribia natal pudo tener en él un buen psicólogo. Los aspavientos en la banda que tanta gracia parecen hacer a Miguel forman parte de la filosofía vital del técnico del Valencia. «Quiero dar así confianza al equipo, que en el campo no se venga abajo, transmitir optimismo». Y si de rebote el entorno se contagia, miel sobre hojuelas. «Sería fenomenal que eso mismo lo hiciese la afición durante los 90 minutos. El futbolista agradece enormemente esa ayuda. Un equipo en inercia positiva da mucho más».

En el diván de Emery se sentó en verano un errático Banega que hoy cautiva con su fútbol. El próximo en pasar por el confesionario bien podría ser Manuel Fernandes. El técnico lo ve perfectamente recuperable. «La solución está en sus manos. Es joven y tiene un potencial muy grande como futbolista si se centra. Debe trabajar en una dirección de exigencia, pero ya ha demostrado que puede hacerlo».

El culmen de los milagros sería reconvertir a Miguel. Emery tampoco arroja la toalla. De hecho, se esfuerza por restar trascendencia a las burlas del portugués durante el partido ante el Valladolid. Tanto él como el club consideran que sólo fue una niñada. «Yo naturalizo mucho. Tengo que centrar mis energías en que Miguel esté con el equipo y preparado para jugar».

Sin embargo, el técnico del valencia insiste en que no se confundan el diálogo y la mano tendida con una falta de autoridad en el vestuario. Iván Helguera puede dar fe de ello. «Hay un código de respeto y si alguien rompe las normas debemos actuar, aunque siempre de la manera que menos perjudique al equipo. Pero que nadie dude de que hay una línea trazada desde la comunicación y la confianza. Los jugadores que no han seguido ese camino están fuera».

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