Los goles de Villa, por partida doble, de Mata y de Silva destrozan al Valladolid gracias a un gran juego de contragolpe
Son tres pero parecen un ejército. Villa, Silva y Mata hablan el mismo idioma, español por cierto. Una mirada o un gesto les sirve para plantear un lenguaje tan fácil para su equipo como incomprensible para el rival, tan delicado como letal, tan agradable de ver para todos como angustioso para algunos, tan jugoso para el Valencia como amargo para el Valladolid.
No es que ellos solos ganaran pero casi. En la liga española habrá galácticos por Madrid y Barcelona, pero en Valencia hay tres asesinos que fulminan solo con la mirada. Y el Valladolid puede dar fe de ello.
Antes del descanso, entre Silva, Villa y Mata ya habían descuartizado al rival sin que este ni tan siquiera se hubiera dado cuenta de por dónde se le iba la vida. Mendilíbar había ensalzado a Silva pero el miedo en Pucela era por el tridente. Y este cumplió. Vaya si cumplió. Con la participación esporádica de Pablo, obtuvo matrícula de honor a la hora de sacar rendimiento a una propuesta tan sencilla como difícil de llevar a la práctica: el contragolpe. Vaya lección dio el Valencia a la hora de marcar los tiempos, de buscar los espacios y de enchufarse a un espíritu vertical que casi siempre tuvo el premio gordo.
Cierto es que el Valladolid ayudó. Se esperaba un equipo mucho más agresivo y desde luego menos complaciente detrás. Pero quizás no pudo hacer más. Cuando delante hay gente con las ideas tan claras y con músculo suficiente en las piernas para gozar con la puntería, pocas cosas se pueden hacer.
Y eso que la salida del Valladolid invitó a pensar otra cosa. El Valencia tardó unos minutos, pocos, en quitarse de encima el espíritu que inyecta a un equipo verse arropado por su público. Fueron diez minutos, hasta que Silva aprovechó el regalito de Baraja -el hermano- para pisar área. El canario recogió el balón entregado por el central, lo deslizó hasta la izquierda para que Mata lo volviera a colocar al centro. Silva metió una cabeza que la suele utilizar para pensar, no para rematar balones. Pero funcionó.
Ahí, en ese primer latigazo valencianista, quedó demostrado por dónde iba a transcurrir el partido. Al Valladolid le vino grande el duelo. Demasiada descompensación. Un equipo, el local, por formar todavía con tanto cambio de vestuario. Al otro le basta con dar un mínimo de agilidad al balón para sacar un brutal rendimiento a su inversión. Es en estos campos, contra equipos de un pelaje muy inferior, donde al menos no se pierden las ligas. El Valencia tenía que ganar en Valladolid y lo hizo por la vía más efectiva posible, a la contra.
Porque aunque es verdad que el marcador llegó a estar igualado tras esa pifia de Moyá, la verdad es que el juego nunca estuvo en esta tesitura. cada vez que el Valencia tiraba de motor y ponía la mirada en el área, había una tremenda sensación de peligro. Era como si se supiera que algo iba a pasar en cualquier momento. A la defensa pucelana le temblaban las piernas cada vez que Banega tiraba en profundidad porque la carrera de Mata y Pablo por sus respectivas bandas y de Silva mareando por el centro sólo podía acabar en tragedia.
A Villa, de hecho, le faltó un pelo para anotar otro gol pero el balón se estrelló en el larguero. Por entonces el Valladolid aún hacía creer en milagros. Pero el Guaje, con ese balón que estuvo a punto de mandar para dentro sólo estaba ajustando su puntería. Poco después remataría un servicio de Pablo para volver a poner las cosas en su sitio y unos instantes más tarde metería otro que anuló por fuera de juego el árbitro.
Ya la grada, por entonces, había empezado a asumir la cruda realidad. El Valencia iba a una velocidad distinta. Cuando el Valladolid pensaba por dónde superar el tejido defensivo, tenía que correr para atrás porque a los internacionales de Emery se les había ocurrido montar ellos solitos su propia fiesta. Disfrutaban como energúmenos porque los pucelanos nunca supieron cerrar bien sus filas. Y la generosidad la pagaron de forma merecida, a pesar de que Moyá, con el 1-2, tuvo que salir a por todas cuando Sesma, en el área, quiso revolverse.
Del posible empate se pasó en apenas unos segundos al 1-3, con Mata como ejecutor. El zurdo se pegó una carrera y convirtió en gol la inteligencia en el pase de Banega. Estaba resultando mucho más fácil de lo que cabía esperar. Por eso nada malo había que esperar cuando al descanso Emery retiró a Marchena. El capitán se había ganado una cartulina amarilla y el público apretaba a Undiano buscando el doble castigo del internacional. Nada cambió y si algo pasó fue que el Valencia volvió a morder. Villa le volvió a meter un sopapo a la defensa blanquivioleta. El equipo se estaba gustando y hasta se permitió el lujo de dejarse meter un gol de esos que nunca deben llegar. El Valencia tenía atado y bien atado el partido desde mucho antes. Desde que Silva, Mata y Villa decidieron hablar su propio idioma.
comentario:
me gusto el equipo en los primeros 45 minutos,tuvimos 3 o 4 oportunidades y no herramos,el vcf se supo rehacer del gol encajado y para podía haber sido un lastre porque nunca encajamos bien los goles,nada para remediar que meter el segundo y aclarar la situación.
el valencia de la segunda parte para mi fue bien distinto,al estilo emery de los segundos 45 minutos en los que supimos aguantar bien los primeros 10 minutos en los que marcamos el 4 gol un excelente pase de Miguel.
no es por criticar,pero el medio campo en la segunda parte se bloqueo,perdíamos el balón;ever no era el de los primeros 45 minutos,y mejor de albelda no decimos nada.
la defensa estuvo en su sitio,lastima el primer gol de los pucelanos que no bloquease bien el balón moyá.
en lineas generales se ve un equipo con carácter y seguro atrás,que ya era hora;porque arriba tiene mucha pegada.
espero q lleguemos lejos.
AMUNT VALENCIA
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