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ORGULLO

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jueves, 9 de julio de 2015

"Sois San Marino"

ALBERTO SANTAMARÍA. HOY Deportivamente estamos ante una plantilla muy joven. Tal vez demasiado para exigir títulos a tan corto plazo, pero con una proyección indiscutible...



VALENCIA.
 Minuto 72 del partido. Pegado a la tribuna, Juanfran se interna por la banda izquierda, levanta la cabeza y pone un centro pasado al segundo palo. Allí aparece Angulo,controla la pelota y asiste a Mendieta. El pase no es demasiado bueno y Jaime parece tener ventaja. Sin embargo, Gaizka se echa al suelo, roba la pelota y casi sin mirar, acaricia el cuero desde la frontal del área con su pierna menos buena y hace inútil la estirada de Illgner. El coliseo blanquinegro se viene abajo. Valencia 6-0 Real Madrid. Lo nunca visto. El equipo de Ranieri ridiculiza a los blancos en el partido de ida de las semifinales de la Copa del Rey. A la espera de completar el trámite en el encuentro de vuelta en el Bernabéu, la afición ha entrado en extásis. Al grito de ‘sois San Marino, vosotros sois San Marino', Mestalla compara a los hombres de Toshack con la débil selección europea que tres días antes había caído derrotada por 9-0 en el mismo escenario. Era 1999. Cuatro años después de la dolorosa final frente al Deportivo de la Coruña, la hinchada che estaba a un pasito de volver a pelear por acabar con una sequía de títulos que se prolongaba en el tiempo desde la Supercopa ante el Nottingham Forest en 1980. El 26 de junio en Sevilla, el valencianismo vería cumplidos sus deseos goleando al Atlético de Madrid (0-3). Aquella noche comenzó la leyenda del mejor Valencia de la historia. Pero para mí, la época dorada nació tal día como hoy hace 16 años. El 9 de junio, en casa y ante el Real Madrid.

Todavía recuerdo como si fuera ayer la ilusión que desprendían las caras de todos y cada uno de los espectadores con los que me iba cruzando a la salida del estadio. Yo apenas era un adolescente que, en mi ignorancia supina, pensaba que nunca vería a mi equipo levantar un trofeo. Pero, por primera vez, al pasear por la Avenida de Suecia sentí que todo iba a cambiar. Que la gloria estaba cerca. Algo, que todavía no soy capaz de explicar con palabras, me provocó ese cosquilleo en el estómago que únicamente nace cuando esperas impaciente el recibimiento de una gran noticia. No había alternativa. El fútbol tenía que ser justo con todos los seguidores que tantos sinsabores habían tenido que soportar durante casi dos décadas. Y lo fue. Les debía una. Dos semanas más tarde, La Cartuja dictó sentencia y la capital del Turia se echó a la calle para celebrar una Copa más que deseada por la ciudad.
Me gustaría decirles que he notado lo mismo, que las sensaciones son parecidas, pero les estaría mintiendo. Es demasiado pronto como para atreverme a aventurar más allá de lo que pueda pasar hoy. Y ni eso. Sin embargo, no me cabe duda de que se está cimentando la confección de un conjunto que será capaz de volver a llenar de alegrías los corazones de los suyos. Deportivamente estamos ante una plantilla muy joven. Tal vez demasiado para exigir títulos a tan corto plazo, pero con una proyección indiscutible. Parece obvio, pero quiero que recordar que los Mustafi, Andre, Gayà, Alcácer y compañía que la temporada pasada ya rindieron a un altísimo nivel, contarán con un año más de experiencia en la élite con lo que esto supone para su crecimiento y, por supuesto, para el buen hacer colectivo. La base ya existe y, a la espera de lo que suceda con el futuro de Otamendi, los complementos no tienen mala pinta. Y si a esto, encima le añades que Rodrigo ha reconocido falta de madurez en su primer año y que intentará corregirla; que Negredo ha vuelto con tres kilos menos y con ganas de comerse el mundo; y que Enzo Pérez está obligado a mostrar el fútbol que lo llevó a ser titular en la final del último Mundial, el éxito se antoja como una meta alcanzable.


Y no me olvido del entrenador. Con él no soy sospechoso. El 18 de septiembre me declaré nunista en esta misma publicación. El mister, como el equipo, ya conoce lo que es la Liga, la competición, la forma de jugar, el entorno...todo. Como nos podría suceder a cualquiera en un país que no es el nuestro, él también ha necesitado un tiempo para ir puliendo sus defectos. No se parece en nada al entrenador casi imberbe que aterrizó en Manises procedente de Río Ave. Ha evolucionado. Para bien. Encontró su once, su estilo, recuperó la solidez defensiva que tanto hacía falta. Plantó cara a todos los grandes, les venció a todos, menos al Barça -de forma injusta tanto en casa como fuera-. Muchos aspectos positivos a los que debe añadir uno más: el reto para este año es lograr que la plantilla sea más profunda, que todos sean protagonistas, que en una campaña con tres competiciones el banquillo va a ser casi tan importante como los teóricos titulares. Tanto como en aquella temporada 1998-1999 en la que, con Ranieri, los menos habituales fueron vitales y entre todos despertaron una afición que disfrutó hoy hace 16 años de un partido que nunca podré olvidar y en el que, lo confieso, acabé coreando como si no hubiera un mañana, aquel cántico espontáneo de ‘sois San Marino, vosotros sois San Marino'.

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