VICENT MOLINS. HOY ...Aquí de lo que se trata es de enunciar que la vieja tradición por la que resolvíamos nuestros conflictos a trompazos accionariales, c'est fini...
El espejismo asamblerio, creyendo que las cartulinas verdes señalaban el camino, o que los procesos de resocialización iban a lograr que el Valencia fuera, a trocitos, un poco de todos, quedan en eso, en espejismos. Se ha dado bastante cuenta de ello la Asociación del Pequeño Accionista, presidida por Vicente Vallés, un ser camaleónico cuyos espantosos discursos debían haber ahuyentado ya hace años a su feligresía. Unos días atrás Vallés, en el estreno de la sede de su asociación en Mestalla, se ufanaba de tener por fin un raconet en el estadio, un gran detalle de los nuevos mandatarios. La ballena tragándose al grumete y el grumete feliz de que lo engullan. Vallés recordó que la Asociacion se creó en 2001, cuando "el pequeño accionista no pintaba nada". No como ahora, vino a decir, donde tienen una influencia creciente y se les va a tener muy en cuenta. Deliciosa ficción.
VALENCIA.
Decidieron crear un escudo anti misiles para proteger la junta de accionistas del Valencia. Tema de la semana. Singapur ya está aquí. De la ley mordaza -en versión gremial- se ha deducido que se trata de un ultraje a la profesión periodística, al derecho a informar. En quien estrecha las libertades, la misma mentalidad del que quiere quitarse el doble check azul de su whatsapp: no controles lo que es mío, colega. En última instancia, la nueva voluntad empresarial por privatizar la trastienda, frente a la tradición de tenerla abierta y con vistas panorámicas. Fricción entre hábitos distintos. ¿Quién acabará acostumbrándose más pronto?, ¿los de allí a los de aquí o los de aquí a los de allí? Apuesto por lo segundo.
Pero en el debate, el núcleo es otro; un asunto de más enjundia porque enfrenta al Valencia contra sus últimas visitas al espejo. Aquí de lo que se trata es de convertir la cita accionarial en un trance rutinario, como las juntas del Valencia Basket, resueltas con la premura de lo previsible. Aquí de lo que se trata es de decirle a la cara a los accionistas más allá de Meriton que no pintan fava -cómo me gusta esta expresión-. Aquí de lo que se trata es de acabar con la farsa de hacer creer que el accionista de base tiene alguna patria potestad sobre el club. Durante mucho tiempo se prolongó esa fantasía, con punto álgido en el show androide de los 1.000 con 50.000. "Por un Valencia de los valencianistas para seguir mandando nosotros". Aquí de lo que se trata es de enunciar que la vieja tradición por la que resolvíamos nuestros conflictos a trompazos accionariales, c'est fini.
El espejismo asamblerio, creyendo que las cartulinas verdes señalaban el camino, o que los procesos de resocialización iban a lograr que el Valencia fuera, a trocitos, un poco de todos, quedan en eso, en espejismos. Se ha dado bastante cuenta de ello la Asociación del Pequeño Accionista, presidida por Vicente Vallés, un ser camaleónico cuyos espantosos discursos debían haber ahuyentado ya hace años a su feligresía. Unos días atrás Vallés, en el estreno de la sede de su asociación en Mestalla, se ufanaba de tener por fin un raconet en el estadio, un gran detalle de los nuevos mandatarios. La ballena tragándose al grumete y el grumete feliz de que lo engullan. Vallés recordó que la Asociacion se creó en 2001, cuando "el pequeño accionista no pintaba nada". No como ahora, vino a decir, donde tienen una influencia creciente y se les va a tener muy en cuenta. Deliciosa ficción.
Pero el accionista, Vicente, siento decirlo, ya no pinta fava. El telón de acero sobre la junta lo que busca es desincentivar su uso como plataforma de mantenedores y fiscales. Tecnocracia contra falso asamblearismo. El propietario, insólitamente, decide ejecutar su poder y decir: "esta noche manda mi rodillo". Tan lícito como lo contrario. Siempre quedarán las gradas como caja de resonancia de los estados de ánimo...
El peligro de los rodillos, de las mayorías absolutísimas, pasa porque abstraigan de la realidad y hagan levitar. O que encierren en un pequeña sede oficial a sus observadores. En cambio su virtud es que por fin quien gasta su dinero, conduce por en medio de la carretera.
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