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viernes, 31 de octubre de 2014

´El Valencia es imposible de controlar y traducir´

Rafa Lahuerta enfoca su pasión con el club blanquinegro como «una lealtad personal que quieres mantener a salvo de todo, con una ingenuidad que todavía necesitamos»



Autor de culto en la literatura «underground» de foros y blogs sobre el Valencia, Rafa Lahuerta presenta su primer libro, en el que hace balance de una de las emociones más indescifrables: la relación de un aficionado con su club de fútbol y la ciudad que le da nombre.
Nick Hornby fue de los primeros en reflexionar, en «Fiebre en las gradas», si merecía la pena la obsesiva relación de un hincha con su club de fútbol, después de la victoria del Valencia en la Recopa de 1980 contra su Arsenal, en Bruselas: «A partir de ahora debería pensar más en qué hacer con mi vida y no tanto en lo que el entrenador del Arsenal va a hacer con mi equipo», lamentaba el autor inglés. Rafa Lahuerta (Valencia, 1971) era un niño en aquella noche belga, en la que vio las paradas decisivas de Pereira en las mismas gradas de Heysel, acompañado de su padre, transmisor de una militancia que, más de 34 años después, reconoce como «una emoción imposible de controlar y traducir». Una manera de entender a Hornby y que avanza la necesidad, también, de hacer balance, apoyado en el punto de inflexión histórico que supone la venta de la entidad a Peter Lim.
De ese intento nace «La balada del Bar Torino» (Drassana), su primera obra que, como el recordado libro de Hornby, desgrana unas memorias con el fútbol como hilo conductor, con la particularidad de ir conectadas con las raíces familiares y la visión intimísima de la ciudad: «Para mi ha sido un libro de autoayuda. Era una necesidad escribirlo, contar una serie de circunstancias, reconocer errores, defectos personales. Un balance de mis primeros 43 años de vida».
Lahuerta, un ávido lector que pone reparos en que se le considere «un escritor», se presenta a la entrevista con señales evidentes de sus enfermizos lazos con el club, a lomos de una Vespa con matrícula alegórica al debut de Mario Kempes, y con el marco siempre protector de Mestalla de fondo. En «La balada del Bar Torino», Lahuerta narra en un tono muy personal una trayectoria vital siempre unida al club, y que hasta el momento había plasmado en artículos en prensa, colaboraciones en «blogs» y libros de relatos blanquinegros. Adicto a las discretas rutinas, la motivación de dar el salto a un libro nace de la necesidad de pasar página, como sucediera en sus etapas como miembro adolescente en los 80 de la peña Yomus y posterior fundador del colectivo Gol Gran, y también del puro aburrimiento: «Comencé a hacer bicicleta estática en casa, me aburría mucho, no tenía internet, y la única manera que tenía de llenar ese tiempo era escribiendo. Empecé a escribir mi visión de muchas cosas que me han pasado en la vida, y me di cuenta que casi todas ellas están conectadas con el Valencia». Una relación que no fue siempre idílica ni lineal: «Es un libro muy contradictorio porque hay de todo, desde entusiasmo por el Valencia hasta distancia y ganas de no volver a Mestalla. Intento justificar mi unión». Además, la identificación con el club es «puramente personal». «Ir al fútbol es algo que empecé a hacer con mi padre y no puedo deshacerme de esa relación», incide. Más que una forma de vida, se trata de «una lealtad personal que quieres mantener a salvo de todo, con una ingenuidad que todavía necesitamos. Voy a Mestalla antes incluso de que empezase a hablar y soy socio desde las dos primeras semanas después de nacer. Es una emoción que yo no controlo. El libro intenta plasmar en palabras lo que quizás sea intraducible».
Una pasión emerge por encima de la consideración por el deporte como diciplina: «No me gusta el fútbol, sí el Valencia. El deporte es secundario, no me suscita interés. No sigo el Mundial, en la vida he visto un partido de baloncesto, tampoco de balonmano, ni un Mundial de atletismo. No me considero tampoco una persona competitiva».
En la portada y páginas interiores aparece Kempes encarnado en la figura del mito gigante, en los años bárbaros de la niñez, que permiten vivir la idolatría «con el máximo entusiasmo posible que da la infancia». Con prosa firme discurre, como un afluente paralelo que acaba de dar forma al paisaje, la radiografía que el autor realiza de Valencia y de su definición como sociedad: «Es una relación de amor constante por la ciudad. Quiero mucho a Valencia, pero mantiene una relación difícil con sus escritores. Parece que sea una ciudad de segunda división, o segundo plano, como si no se pudiera contar la vida desde aquí, como si lo que pasara aquí no tuviera el interés de los escenarios clásicos de París o Praga. En ese sentido es un libro que también se puede interpretar como una guía urbana», sugiere.

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