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ORGULLO

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lunes, 4 de febrero de 2013

La trinchera de Llorente


La marcha del incómodo Sesé y el ascenso de Andreu y García Moreno garantizan la armonía interna En el momento más incierto de su mandato, el presidente ha aprovechado la convulsión en el consejo para fortalecer su guardia pretoriana




JOSÉ MOLINS XXXXXX | VALENCIA..-
En diciembre, el hundimiento deportivo y económico le condujo a vivir su peor momento como presidente del Valencia. Transcurrido mes y medio desde aquel instante crítico, en el que por primera vez meditó arrojar la toalla, Manuel Llorente vuelve a sentirse fuerte, pero su situación es igual de delicada. En casi cuatro años de mandato no ha conseguido encontrar la solución económica definitiva que permita terminar el nuevo estadio, mientras que la sensible reducción de la deuda, en casi 180 millones, se ha traducido en una pérdida de ilusión en la grada y de competitividad sobre un césped cada vez más huérfano de estrellas. El fracaso de la Fundación, que lleva al Consell a convertirse en máximo accionista de un club de fútbol e incrementar su deuda en 86 millones de euros, ha mermado también el crédito del 'llorentismo', por mucho que se quiera limitar los efectos al organismo que aún preside Társilo Piles.
En situación tan controvertida, fiscalizado por una Generalitat que busca comprador al club mientras aguarda la 'sensibilidad' de Bankia', el gestor ha aprovechado la convulsión vivida esta semana en el seno de su consejo de administración para reforzar su círculo de afines con dos nombramientos que afianzan su liderazgo interno. De puertas afuera nada ha cambiado, pero en el seno del club habrá tranquilidad hasta que el Consell decrete el final de una época.
Son muchos los asuntos que aún debe resolver Llorente, y mejor hacerlo sin ruido alrededor. Ahí sigue la negociación con Bankia, independiente aunque al mismo tiempo muy vinculada a la que mantiene el Gobierno valenciano con la entidad financiera. El 27 de marzo expira la última prórroga que tiene el Valencia para alcanzar un acuerdo de refinanciación a 15 años de su deuda bancaria, cifrada en 220 millones de euros. Ambas partes trabajan en un plan de pagos que reduzca la carga anual en concepto de intereses.
Si el espacio para la crítica era limitado antes de la crisis interna del pasado jueves, ahora resulta complicado imaginar una voz discordante con el líder. Ya lo dijo Vicente Andreu en la entrevista concedida ayer a LAS PROVINCIAS: «Llorente toma decisiones y es lógico, máxime teniendo un presidente ejecutivo. Una decisión que se mete en el consejo se sabe enseguida y eso puede impedir que se lleve a cabo». Toda una declaración de intenciones en la boca del nuevo consejero, amigo personal del presidente y durante tres largos años su asesor económico externo.
No es que el dimisionario Antonio Sesé fuera precisamente un opositor a Llorente, pero sí un elemento incómodo, aupado al órgano de gobierno por el poder de las acciones que compró en el momento en que el club más lo necesitaba. Las propuestas del empresario malagueño inquietaban al presidente. En la última reunión pidió atribuciones para reconducir la política de precios con el fin de llevar más aficionados a Mestalla; reclamó explicaciones respecto a partidas de ingresos catalogadas como de dudoso cobro; se interesó por contratos de ejecutivos como Braulio Vázquez o Damià Vidagany, que se prolongan más allá del mandato del actual consejo... Llorente, que ya le había afeado su adicción al Twitter (considerada no peligrosa pero poco decorosa), no aceptó injerencias en áreas que entiende reservadas a profesionales, no a un consejero afincado en Barcelona.
El contundente «aquí mando yo y si no te gusta coges y te vas» encontró rápida respuesta. Eso fue lo que hizo inmediatamente el ya exdirectivo. Tras la dimisión de Sesé, Vicente Andreu pasa a ocupar su plaza. Un alivio para Llorente.
Pero el exadministrador concursal del Levante y hoy consejero valencianista no es el único amigo del presidente. También José Antonio García Moreno, vicepresidente de nuevo cuño, guarda una gran afinidad con él, aunque su temperamento le haya llevado a decirle algunas cosas claras en voz alta y a la cara en reuniones anteriores. Se trata de las dos personas más cercanas al dirigente y este, a su vez, es a los únicos que permite alzar la voz.
Tampoco Fernando Giner es crítico con la gestión del club. Accedió al cargo como sustituto de Fernando Gómez cuando éste dimitió, aupado por su condición de presidente de la asociación de veteranos. La cordialidad y el apoyo sincero a Llorente le han valido para ganar cada vez más importancia en la directiva, aunque sin salir de la parcela deportiva. Lo demuestra su presencia en la reunión que condujo al fichaje de Ernesto Valverde.
Todos asumen ya que Llorente es presidente y presidencialista. Argumenta que tiene un cargo ejecutivo, con sueldo asignado, y que por tanto él toma las decisiones. El resto del consejo asume la tarea de controlar esa gestión, pero nadie rebate que Llorente sea un buen negociador. En voz baja, eso sí, hay coincidencia en su falta de diálogo y susceptibilidad ante la mínima crítica. Pero sólo en voz baja. Ni siquiera rompe esa tendencia, que alimenta la teoría de los floreros, Pepe García Roig, quien protagonizó una dura discusión con Llorente en la última reunión. Esos enfrentamientos nunca pasan a mayores. Tanto el directivo como el presidente reconocieron haberse excedido y la cosa quedó en nada.
No todo son voces amables en el consejo, pero es cierto que los críticos con la gestión del presidente, y más tras el último movimiento, alzarán ya poco el tono. El propio García Roig es el que más discusiones ha tenido con Llorente, pero ni dimite ni le obligan a marcharse. Recrimina al dirigente que no informe a la directiva de muchas negociaciones, como por ejemplo del plan Newcoval, del que se enteraron por la prensa cuando ya estaba supuestamente a punto de firmarse y sin que se les ofreciese demasiados detalles en favor de la confidencialidad. Y eso que era imprescindible la firma de los consejeros en el acuerdo, porque enajenaba patrimonio de la sociedad.
El presidente lleva mal el hecho de que sus consejeros hablen con la prensa, a pesar del intento de aperturismo que ha tenido como principal movimiento el regreso de Jordi Bruixola. Los presuntos flirteos con los medios son el argumento más empleado para ahorrarse entrar en detalles con su equipo de trabajo. Presiente, y las palabras de Andreu le sirven de aval, que todo lo que cuente en las reuniones del consejo se filtrará a los medios. No llega, eso sí, a la situación que se vivió en la época de Juan Soler, cuando el entonces presidente llegó a contar una mentira distinta a cada directivo para ver dónde había un topo y a qué medio mantenía informado.
Otro de los menos cercanos a Llorente es Vicente Gil, aunque su tono discordante se limita a pedir que el presidente aclare los puntos que no quiere explicar, sobre todo en materia económica. Tanto él como Piles intentan mantener un leve espíritu crítico, pero saben adaptarse a las circunstancias. La capacidad de este último para adaptarse es objeto de debate. No sólo seguirá de consejero, sino que nadie olvida que fue directivo con Soler. Un superviviente.

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