Minuto 17 de partido: en el marcador de Mestalla reluce un inesperado y exultante 2-0. Más que eufórica, la grada se pone en guardia: a ver qué pasa esta vez. En tres minutos, el anárquico Adil Rami, que igual incurre en una imperdonable alegría defensiva como impone la ley de su mole corpulenta en el área rival, aprovecha la estrategia ensayada por Unai Emery esa misma mañana de Jueves Santo, para poner al Valencia con ventaja de dos goles. A más de uno, la camisa no le llega al cuerpo, teniendo en cuenta los precedentes inmediatos. Un gol del AZ bastará para que el equipo se ponga a temblar y la afición a sufrir. La expectación es máxima.
Una parte de la tribu valencianista se ha acostumbrado a las sesiones de masoquismo en las que el VCF ha convertido sus choques. Otra, menos conformista, se han rebelado contra la mansedumbre, y la viene emprendiendo a pitos y pañolazos contra el palco, el banquillo y el césped. Aquí no se salva ni Dios, es el lema elegido. También hay un minoría, menos efervescente, que se lo mira con calma y escruta, desde la hierba del campo hasta los posos de las copas nocturnas —no alcohólicas, faltaría mas— de los futbolistas, tratando de hallar una explicación racional a tanto dislate como el que le ha deparado su equipo en los postreros envites. Esta peña de clásicos, que lo han vivido ya casi todo, encontró la otra noche la explicación a sus requisitorias. El VCF mantuvo la intensidad pese al marcador favorable, combinó cabeza con corazón, y contó con un líder, el otras veces denostado Ricardo Costa, que supo leer el partido. El luso, junto a Topal, Barragán, Soldado, Jonas o Jordi Alba, articularon el juego del equipo y dieron fluidez a su fútbol. Así de sencillo. Suficiente para marcar distancias con un rival de medio pelo. 4-0 es la verdadera diferencia entre ambos, y no el 2-1 del encuentro de ida. Aquello fue un engaño propiciado por un los errores del propio VCF. Lo de ahora, un alivio placentero en pleno calvario.
http://www.levante-emv.com/deportes/2012/04/07/alivio-placentero-pleno-calvario/895392.html
Una parte de la tribu valencianista se ha acostumbrado a las sesiones de masoquismo en las que el VCF ha convertido sus choques. Otra, menos conformista, se han rebelado contra la mansedumbre, y la viene emprendiendo a pitos y pañolazos contra el palco, el banquillo y el césped. Aquí no se salva ni Dios, es el lema elegido. También hay un minoría, menos efervescente, que se lo mira con calma y escruta, desde la hierba del campo hasta los posos de las copas nocturnas —no alcohólicas, faltaría mas— de los futbolistas, tratando de hallar una explicación racional a tanto dislate como el que le ha deparado su equipo en los postreros envites. Esta peña de clásicos, que lo han vivido ya casi todo, encontró la otra noche la explicación a sus requisitorias. El VCF mantuvo la intensidad pese al marcador favorable, combinó cabeza con corazón, y contó con un líder, el otras veces denostado Ricardo Costa, que supo leer el partido. El luso, junto a Topal, Barragán, Soldado, Jonas o Jordi Alba, articularon el juego del equipo y dieron fluidez a su fútbol. Así de sencillo. Suficiente para marcar distancias con un rival de medio pelo. 4-0 es la verdadera diferencia entre ambos, y no el 2-1 del encuentro de ida. Aquello fue un engaño propiciado por un los errores del propio VCF. Lo de ahora, un alivio placentero en pleno calvario.
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