KIKE MATEU | .-
Voy a tratar de explicar lo difícilmente explicable. Y asumo con ello que voy contra la opinión de la inmensa mayoría de mis compañeros de profesión y valencianistas en general. Pero a mí me dejan escribir aquí para contar lo que pienso, y no lo que piensan los demás. Llorente no quiso ayer humillar a su entrenador. Ni ningunear su trabajo. Porque para eso no convoca una rueda de prensa en la que anuncia que le ofrece renovar. Pero lo cierto es que hizo cosas bien y mal a partes iguales.
Fue totalmente sincero al explicar que otros entrenadores estuvieron en cartera hasta última hora, reconociendo que ha tenido dudas antes de tomar la decisión de renovar a Emery. Alabo con mayúsculas esa sinceridad. El Llorente al que se acusa de frío e insensible dejó por una vez que Manolo explicara cómo y por qué hace las cosas. Sin tapujos ni medias verdades. No se escondió tras un falso respaldo incondicional al entrenador.
Y otra cosa a su favor. Todos sabemos el tira y afloja que envuelve la relación Llorente-Unai. Y en estos casos lo fácil para el que manda es cambiar de empleado por uno más de su cuerda, por mucho que haga bien su trabajo. Y he aquí que ha hecho justo lo contrario.
Pero como Manolo -que no Llorente- sale a hablar en público cada año bisiesto, se pasó de frenada. Tanto que para empezar interrumpió en varias ocasiones a su director deportivo, restándole autoridad y relegándolo a un segundo plano sin galones. Feo. Muy feo.
Y encima no consiguió enviar el mensaje que pretendía. Donde quiso apoyar a Emery acabó pareciendo que hasta el último minuto le buscó un sustituto para no renovarlo. Y donde quiso decir que al final Unai era el mejor entrenador posible se puede interpretar que no encontró nada mejor.
Y si a esa interpretación llegan prensa, grada o el envenenado vestuario, es error de Llorente como único responsable. Porque ha conseguido el efecto contrario al buscado, debilitando a Unai para otro proyecto en el Valencia. Eso si el técnico acepta seguir, claro.
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